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Un equipo de rugby es como una orquesta, una suma armónica
de individuos –comentó el Marqués de Altamira, después de que el “laukote”
acabara su ensayo-, hace falta quien dirija pero cada miembro aporta su personalidad.
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Creía que siempre decías que el rugby era un ajedrez
colectivo –El Barón de La
Florida dijo, recogiendo sus partituras-, en que cada pieza
tiene su cerebro.
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Y una orquesta también es un ejercicio de ajedrez
colectivo –siguió el de Altamira tatareando un fandango acompañado de los
cubiertos-, pero normalmente no tiene otra orquesta enfrente disputándole la
melodía, aunque haya conciertos que lo requieren.
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Se puede decir que un partido de rugby es una sinfonía
en que hay una orquesta dividida en dos conjuntos para realizar una improvisación
a partir de unas bases comunes. No, eso es jazz –digo yo que, dado que tengo el
oído entre las posaderas, no participo jamás en los ensayos-.
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En clásica también caben improvisaciones pero lo suelen
hacer los virtuosos –me ilustra el Barón, excelente bajo, por cierto-.
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En realidad, una orquesta es como un equipo de rugby,
porque requiere esa solidaridad, esa aportación individual, esa disciplina, esa
dirección que el rugby inculca –prosigue el Marqués, ya bailando el fandango
con gran peligro para la vajilla apilada en un extremo-, pero últimamente
nuestros equipos de rugby han visto partir demasiados instrumentistas y así no
hay quien...
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He oído Rugby de
Honegger en la radio esta mañana –aporto algo-, y me ha gustado.
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La ola izquierda de Mundaka siempre me suena a la V ª de Beethoven –dice un joven
de la mesa de al lado y todos le miramos con cierta aprehensión-.
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