Statue of Jean Cocteau in Villefranche-sur-Mer (Photo credit: Wikipedia) |
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Serge Blanco y Manu Merin, los presidentes,
parece que ya os están preparando la fusión en el BAB –comenta el Marqués de
Altamira en la terraza del pequeño club de golf, sentado mirando hacia el Ernio-,
así que unidos en la desgracia.
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“Un águila de dos cabezas”, dijo Stanislas, y “si
se corta una, el águila muere”, contestó la reina, enamorada del anarquista que
vino a matarla y también se enamoró de ella.
Imanol Hiruntchiverry representa
teatralmente, exagerando su acento matizado de francés, el bello texto de
Cocteau, ante la mirada de los concurrentes en las mesas vecinas y luego se
sienta.
-Las águilas de dos cabezas no existen más
que en los escudos heráldicos –dice Aristide Labarthe que observa sin ningún
disimulo a una dama que se esfuerza en mejorar su swing en el campo de
prácticas-, así que en la realidad solo se puede dar la fusión por absorción.
- ¿Y qué opina el pueblo? –Dice el Barón de
La Florida que va por la segunda botella de agua con burbujas y no ha
recuperado mucho de su aliento- ¿En el rugby profesional solo deciden las
oligarquías financieras?
- A mi alrededor hay un silencio resignado,
resignado hasta que los susurros se convierten en gritos –la voz de
Hiruntchiverry se ha hecho obscura y cavernosa-, a nadie le gusta el “águila de
dos cabezas” pero a la mitad de los seguidores les parece inevitable…
- ¡Absorber a los de la playa es un mal
final para tan bello drama! –Ahora es Labarthe el que teatraliza, al ponerse en
pie, una silla cae- ¡Los dos equipos deben continuar y continuarán hasta el
Juicio Final!
Las señoras llegan, acabada su partida, con
sus enormes sacos en los carritos y una de ellas informa a las otras:
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Ya están hablando otra vez de la fusión.
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