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El trastorno límite de personalidad es un
síndrome que se confunde con el alcoholismo. Yo creo que muchos trastornados
beben para compensar sus cambios de humor, su inestabilidad, su imposibilidad
de mantener relaciones sentimentales estables –disertaba Nekane Conde en la
terraza junto a la iglesia de San Vicente solo parando para pegar mordisquitos
a la pizza-, y el caos de sus vidas.
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¿Me estás poniendo cuernos con el uruguayo o no?
–le preguntó José Basurco que, a su lado, bebía “pelotazos” de whisky con cola
en serie- Y deja de darme la brasa con tus rollos sicológicos de tercera
división, que yo te ayudé a pagar esos estudios de mierda.
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Es uno de sus síntomas el realizar esfuerzos
para evitar el abandono real o imaginado y precisamente al hacerlo consiguen
provocar en la otra persona de la relación un rechazo cada vez mayor. El TLP
típico hace todo tipo de favores o de ayudas sin que se le soliciten pero luego
pasa una factura afectiva, quiere que se lo agradezcan por encima de lo normal.
No perdona que el agraciado vea sus esfuerzos como algo normal en una relación
sentimental…
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O sea que no me vas a responder, después de todo
lo que yo he hecho por ti –Basurco tenía los ojos saltones, vestía
elegantemente y no paraba de fumar también-, y encima sigues atacándome con tu
lenguaje de pedante pija.
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El TLP impide percibir al sujeto que él es quien
agrede a quienes le quieren ayudar porque incomprensiblemente le siguen
queriendo y, como tú, no quieren ayuda profesional porque no son conscientes de
su estado.
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¿Me estás o no poniendo los cuernos?
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No –dijo Nekane echándose a llorar mientras se
levantaba-, y adiós.
José Basurco tuvo claro que ella
le engañaba y que ya no iba a volver con él, los ojos se le llenaron de
lágrimas, acabó la copa, encendió el último cigarrillo del paquete y, al ponerse
en pie, se cayó contra la mesa rompiéndose un par de costillas.
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