El
seguidor del equipo madrileño no era muy alto, tampoco “bajito”,
se había dejado uno de esos bigotes que nos recuerdan viejas
fotografías en blanco y negro, su pelo parecía ligeramente
engominado y las gafas de sol, perfectamente inútiles en Ordizia
aquella mañana, no dejaban ver sus ojos.
- Tu
amigo tiene una pinta de “facha” que echa para atrás -le dijo el
Marqués de Altamira a Galtzagorri en un aparte - ¿De dónde lo has
sacado?
-
Era el medio de melé en el equipo de la Facultad de Derecho
-contestó el donostiarra mientras su nuevo acompañante intentaba
hacerse atender en la atestada barra de una taberna- y jugaba como un
diablo.
- Es
que en la tres cuartos admiten cualquier cosa -añadió el Barón de
la Florida que, con unos reconocibles gestos de guía turístico,
había estado un buen rato hablando con él en medio de la plaza-,
pero a mí me parece un tipo muy majo.
Una
horas más tarde, cuando sólo el bigote permanecía en su sitio de
la cara de la visita, y la conversación había ido y vuelto varias
veces del pasado al futuro del rugby, el Flecha, apodo que
identificaba al madrileño, se puso filósofo:
- El
público de Altamira no es perfecto, en el rugby también somos
humanos y nuestro público, aquí o Las Terrazas, es excesivamente
pasional en ocasiones, pero siempre hay alguien que dice las palabras
mágicas “Por favor, que esto es rugby” y las aguas vuelven a su
cauce ¿Se perderá este efecto alguna vez? Soy optimista, esta
temporada mis circunstancias personales me están permitiendo ver
partidos de rugby por todo el Estado español (sic) y el respeto que
se practica ahora es superior, me parece, al que había hace diez o
quince años cuando solo estaban las novias y un par de sufridores al
borde del terreno ¿Te acuerdas de aquella touche catalana y el toque
de paraguas en…?
-
Por favor, que esto es rugby -dijo Galtzagorri, rascándose la nuca-.
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