Las últimas
palabras de Iñigo, dirigidas a su hermana y sobrinos, fueron: ¡Idos
a la mierda! Y, dicho esto, expiró. No encomendó a nadie su
espíritu, él sabía que el definitivo tercer tiempo empieza en el
no ser y es ya el no ser. Solo nos queda su memoria y, en esa
memoria, sus últimas palabras.
Le había visitado
la víspera en la Unidad de Cuidados Intensivos, apenas media hora de
intercambio de miradas vidriosas, la morfina en sus venas, la emoción
impotente en mis ojos, expresarle el cariño con una caricia -los
hombres también se tocan cuando quieren expresar afecto-, peinarle
con los dedos, estaba guapo como un quijote marchando hacia la
catástrofe, estaba limpio como nunca le había visto… hacer planes
con los colegas del 50º aniversario de la re-fundación del rugby en
Bilbao, de la próxima vez que Tonga volviera a jugar por aquí y,
sobre todo, de su nieto cuando venga a estudiar y a ser un nuevo
“Kabra” en la melé, esas cosas que se dicen porque hay que
añadir sueños a las medicinas, mentiras necesarias más para quien
las dice que para el náufrago arrastrado por corrientes y oleaje a
la orilla, a la última orilla.
- ¡Tu vienes a
morirte, cabrón! -Le dije cuando me anunció su regreso desde
Tonga-.
- No, Yeti, que no.
Que aquí la medicina es una mierda y allí me puedo curar para
regresar a vivir con mi hijo, mis nietos, mi familia…
Y vino, vino como se
había ido, discretamente, sin molestarme, alguna llamada,
conversaciones en las terrazas de la ciudad, paseos al sol, historias
viejas repetidas, omisiones voluntarias de pasados a olvidar…
buscando un hueco donde lo acogiesen, liando amistades nuevas,
volviendo a liar amistades viejas, así anduvo este último año
largo.
Supongo que empezó
a naufragar en la vida desde muy joven, la incoherencia voluntaria de
sus relatos lo revelaban, y que, de naufragio en naufragio,
sobrevivió más allá de todo Cabo de la Buena Esperanza que fue
doblando, burlando hasta ahora las estadísticas, hasta ascender a la
leyenda de la memoria en que ahora se ha convertido, solo de la buena
memoria y que nos permitirá contar nuestro encuentro con él,
sonriendo, hasta que el inevitable árbitro nos toque también a
nosotros el final del partido.
Gracias Iñigo,
gracias por haber sido mi amigo.
Iñigo Echevarria
Basterrechea (Donostia 1949 - Donostia 2017)
1 comentario:
Mi recuerdo emocionado hacia él y no puedo dejar de asociar el recuerdo de Iñaki Maidagan.
Un abrazo para los que aún aguantáis. Germán
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