jueves, 14 de marzo de 2019

JUSTICIA ENTRE BASTIDORES


Mi madre nació en el Palacio de Justicia de la Parte Vieja, en la calle Fermín Calbetón, y, apenas nacer ya vivió en el Palacio de Justicia de la calle San Martín hasta que se casó en 1936, mi abuelo materno Maximino era ujier de la Audiencia Provincial y tenía vivienda por su función en el Palacio junto con el Presidente de la Audiencia y el Fiscal Jefe, a aquella comunidad de vecinos se accedía por un portal de la calle San Bartolomé. Mi abuelo Maximino escribía crónica de tribunales en algún periódico local, aprovechando su privilegiado acceso a Sala y despachos, y procuraba adular a unos y a otros con su pluma. Mi abuelo era un pluriempleado que ejerció de jefe de porteros en Casinos y en la Plaza de Toros, así como de escribano para analfabetos, muchos “casheros”, que necesitaban que alguien les redactase instancias y demandas a las diversas administraciones, con todo ello crió seis hijos y la familia sorteó con bastante fortuna el golpe de estado y la campaña de muerte y represalias entre exterminadores y exterminandos que se sucedió, y luego los años oscuros que vinieron a continuación.
Mi padre nació en el “Garage Massé” en el barrio de Gros que se fue trasladando varias veces hasta José M.ª Soroa donde desapareció definitivamente a finales de los 60. La familia Massé pasaba por juzgados de guardia y banquillos de acusados con cierta frecuencia, como consecuencia de la existencia de tantas leyes que obstaculizaban el desarrollo de su actividad empresarial y que mi abuelo paterno y su hijo primogénito, mi padre Eduardo, no conseguían a veces esquivar. A mi padre siempre lo he conocido con abogado -otros amigos infantiles hablaban de amigos de sus padres que eran como unos tíos para ellos, yo podía hablar de los abogados de mi padre -, y desde niño he visitado despachos de abogados y procuradores y he conocido entradas y registros del Servicio de Aduanas, comisiones judiciales en diligencias de embargo preventivo, insolvencias aparentes, incidentes, recursos, tráfico de influencias y todo cuanto lleva la vida del justiciable en este sistema humano.
Cuando llegué a este mundo, el barrio de Gros y un horizonte entre el Monte Ulía y el río Urumea por los lados, la Playa de Gros y Ategorrieta por delante y por detrás, era 1949 y durante los siguientes 22 años nunca pensé en ser abogado, el Derecho que había estudiado contra mi vocación era una flor a marchitarse, yo sabía, lo había mamado en casa, que las raíces de la Justicia se hundían en el estiércol y que, para que pareciera una imagen plástica, era necesario regar, podar, abonar y trabajar ingratamente. La vida, la vida, determinó otra cosa, y, ahora que me encuentro más cerca de la Justicia de Dios, que tampoco existe, que de la Justicia de los Hombres, me miro en el espejo y me veo esta cara de abogado de toda la vida.


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