1981. Tengo que inscribir a mi primer hijo en la enseñanza. Su madre y yo no tenemos dudas : escuela pública. Las abuelas, sobre todo mi madre, no lo entienden, « teniendo los jesuitas enfrente de casa ». Reúno los papeles necesarios, hago la cola, inscribo al niño y regreso hacia mi casa.
- ¡Antxón ! ¡¡¡Antxón !!! -Me aborda por detrás un amigo « abertzale », familia con presos etc -. He visto que estabas en la cola de la escuela ¿Matriculando a algún hijo ?
Le confirmo su perspicaz deducción y él me informa que es profesor en la escuela en que acabo de inscribir a mi primer vástago, así que le invito a tomar un café en el bar más próximo. Y allí me da una charla distendida, llena de complicidades, sobre lo que él y los miembros del claustro escolar hacen y van a hacer para educar a nuestros infantes y convertirlos en los “vascos del futuro”, yo le tiro de la lengua y me entero de las ideologías existentes en los enseñantes de la escuela, la ficha individual de cada uno y sobre todo la del director, desafecto al movimiento de liberación nacional de Euskadi y que pone trabas a las propuestas de la “asamblea popular” de “irakasleak”. Nos despedimos con un abrazo porque el tiene que regresar a la escuela. En cuanto se aleja lo suficiente, desde el teléfono del bar – no había móviles en 1981 -, llamo a mi mujer:
- ¡Corre a los jesuitas con mi madre que tiene enchufe y matricula al niño como sea! ¡Luego te lo explico! ¡Pero hazme caso, por favor!
Y así mi primer hijo y los sucesivos han estudiado en el Colegio de San Ignacio de Loyola como su padre lo hizo y ¡Tan normales!
Mi amigo estuvo unos años sin saludarme pero últimamente, 40 años más tarde, me para de vez en cuando por la calle y me da la misma chapa nacionalista de toda la vida.
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