martes, 11 de mayo de 2021

ABSURDO LUNES



Imanol, bajo la llovizna intermitente que se alternaba con un granizo ridículo y alguna racha huracanada, subió por la cuesta hasta el garaje, acordándose de los padres del promotor que había vendido los garajes de la casa en que vivía antes que los pisos. En un primer momento tener el garaje a solo un par de centenares de metros de la vivienda le había parecido una suerte, ya que el barrio se caracterizaba por carecer de plazas de aparcamiento y la pendiente le parecía casi inexistente. Los años iban pesando, la cuesta era cada vez más empinada, las mañanas de los lunes tradicionalmente, quizá una prueba de amor, el actor vasco subía a buscar el coche para que su mujer se fuera a trabajar, y así aprovechaba para coger el Midi Olympique en la Maison de la presse de la otra esquina. Ella partía y él se quedaba desayunando, hojeando el amarillo chafardero con el resumen del rugby del fin de semana, antes de ponerse a buscar trabajo como todos los que se dedican a esta profesión de “cómicos” hacen 24 horas al día. Cada vez más, las noticias y reportajes ya las había recibido por Internet y muchas veces pasaba, como esta mañana, de desviarse bajo el agua hasta el comercio. Además ya había desayunado, la próstata era un despertador implacable.

Calándose la boina hasta las cejas marcó el código en el teclado de la barrera exterior del recinto, el viento frío le volvía a incitar a orinar, la lluvia le limpiaba desagradablemente la nuca, y la puerta tardaba en reaccionar y abrirse, se abrió con espasmos eléctricos que le hicieron temer que, una vez más, se quedara bloqueada a medio recorrido. Corrió hasta la puerta nueva y blanca de su garaje, los vecinos le habían hecho cambiar la puerta porque la vieja anterior desdecía de la imagen biarrota que el patio, horrendo patio, tenía que ofrecer. No había puesto cierre automático, un gasto excesivo sobre un excesivo gasto no deseado, sino que la había dejado con la cerradura de serie.

Y esta cerradura de serie, de una buena y conocida marca, es la que este lunes de frío en mayo, lluvia, granizo y viento, no se abrió. Mejor dicho, no se podía abrir porque la llave ni siquiera podía entrar, un trozo aparentemente de otra llave -luego resultó ser un clavo o un grueso alambre utilizado  a modo de ganzúa -, bloqueaba la hembra de la cerradura, férreo cinturón de castidad que impedía el necesario coito entre el vástago en sus ateridos dedos y el escondido útero dentado del mecanismo de seguridad.

- ¡Mierda! - Así en español, Imanol Hiruntchiverry dice “mierda” en castellano cuando se enfada -.

Y el teléfono móvil sonó en ese momento, indudablemente “la princesa” se impacientaba al calor del hogar esperando que su querido “lacayo” le trajera la “carroza” que le iba a llevar calentita a trabajar.

- ¡Mierda! - Rotundamente respondió a la llamada con la voz terrible de ogro o de “basajaun” de su último papel en el espectáculo infantil que hizo tener pesadillas a todos los niños de la ikastola de Arbonne durante una semana-.

- A la mierda te irás tú, cretino – la voz del director de casting bilbaíno que le llamaba a Imanol para darle el papel de su vida sonó fría, clara y rotunda – y no me vuelvas a llamar en la vida.

Absurdo lunes que a veces parece caer en martes...

  

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