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Sin melé no hay victoria –dice el amigo vizcaíno a la
vuelta del partido del sábado-, y sin cabeza no hay rugby.
Parece que la falta de cabeza de
algunos pone en peligro de supervivencia incluso la plaza que ocupa Gernika en
el rugby. Pero la conversación posterior deriva lógicamente entre rugbiers que
han llevado los tres primeros números de la alineación una vez más hacia los
problemas de la melé.
Acaba una temporada en la que
hemos seguido viendo muchas melés que han acabado en golpe de castigo porque se
ha decretado la responsabilidad de uno de los dos equipos en su derrumbe. No
parece que hayan servido de mucho las reglas variantes que se han ido
estableciendo para proteger la salud de los jugadores intervinientes y acortar
el tiempo que se pierde en la formación del scrum –el tiempo efectivo de juego
en un partido suele oscilar entre 20 y 30 minutos-, por lo que se habla de cambiar
nuevamente la regla y suprimir el impacto, esto es, se volverían a formar las
melés ordenadas por el árbitro ya encajadas las primeras líneas y se pasaría al
empuje, una vez introducido el balón en disputa. Habrá que esperar si los
resultados de la experimentación de este modo de hacer las melés satisfacen o
no a la IRB y se
adopta la modificación.
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La melé es el espíritu del rugby hecho carne, donde
ocho personas forman una y el misterio gozoso de esta religión alumbra el
divino balón oval... –el amigo vizcaíno predica encaramado a duras penas en un
taburete de un tugurio no santo, ha tiempo que se acabó el partido-.
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