Fachada de la Universidad Comercial de Deusto (Photo credit: Wikipedia) |
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Tengo que decírmelo cada mañana y salir a la
calle con ello: “Hoy vas a hacer de nuevo de abogado” y así 45 años. Porque yo
no soy abogado, soy un actor que hace siempre el papel de abogado –me dice el
colega con lágrimas de gin-tonic en sus ojos tristes-, me han encasillado en
este papel y no hay manera.
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Yo quería ser periodista pero mi madre no me
dejó. Me dijo que era una profesión de borrachos y de puteros y que no me
pagaba la carrera –le replico yo con la misma confidencia de barra de taberna elegante-,
así que, como mi padre era empresario, quise estudiar económicas pero mi madre
quería que yo fuera cura o juez, así que tenía que estudiar derecho.
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Lo curioso es que de abogado se puede vivir, el
papel no es difícil, es más difícil hacer de cirujano del corazón; de abogado –el
compañero de profesión sigue mientras pide otra ronda para ambos y me mira reflejado
en el espejo de detrás de las botellas-, el papel te lo escribes y la
improvisación es fácil, como hacer de ingeniero nuclear, una vez conocí a un
actor que estuvo dirigiendo una central nuclear durante muchos años y hacía el
ingeniero con toda perfección.
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Los jesuitas ofrecían una carrera mixta en
Deusto, La Comercial, en que estudiabas Derecho en Deusto y Empresariales en
otro siniestro edificio al lado, había
que tener buen expediente en el bachillerato y yo lo tenía, así que empecé La
Comercial pero un día me abandonó –yo también me miro en el espejo, tengo los
ojos acuosos y el gin-tonic me hace eructar un poco-, y me encontré en cuarto
de Derecho con apenas dos años de Económicas, así que tuve que acabar Derecho,
luego me apunté a una Academia y he hecho muchos cursos y cursillos y he leído
todo lo que está escrito sobre Economía, Administración de Empresas…
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Actuar requiere esfuerzo, estudio, vocación y
entusiasmo –oigo la voz apagándose con cierto eco por mi derecha, como perdida
en una niebla de burbujas de tónica-, pero es gratificante, sobre todo cuando
la gente te confunde con el personaje que has creado, y a mí la gente me llama “el
abogado” en todos los sitios: “Aquí viene el abogado”.
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La vida me llevó a colegiarme de abogado pero yo
no tengo la sensación de haberme dirigido voluntariamente a la abogacía, es
ésta la que se me ha pegado a la piel, con todas sus derivadas, como un disfraz
que he llevado siempre –digo pero no sé a quién porque no veo a nadie en el
espejo ni en la banqueta de al lado, quizá me lo diga a mí mismo-, como un
papel de viejo actor encasillado.
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¡Cura, tenías que haberte hecho cura, como quería
tu madre! –dice el pianista acodado en el extremo de la barra, junto al barman
que seca por enésima vez un copón de
cristal-. Y deja de hablar solo, que te estás volviendo loco.
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