Manu Majors Etxezarreta llegó puntualmente al hall del Palacio Euskalduna de Bilbao cuando el concierto había comenzado hacía 15 minutos. Él y su mujer esperaron a oír los aplausos que indicaban el final de la primera obra musical interpretada para indicarle a la azafata de la puerta su deseo de acceder a sus localidades de abono, la joven les abrió la puerta y ellos se sentaron cuando el autor de la composición se sentaba después de agradecer los aplausos.
- ¿Cómo ha ido el asunto ? -Preguntó, a modo de saludo, a su compañero habitual de asiento mientras los músicos acordaban sus instrumentos en espera del director -.
- De ritmo como el de las obras del metro y de melodía como la de un atasco en la Plaza de Zabalburu – respondió Mikel P. Garmendia con cierta resignación -, pero como le hemos dado el premio de la fundación, yo me la he tragado hasta la última nota.
- Es lo que tiene la militancia – sonrió Majors -.
Los aplausos a la entrada del director de la orquesta les hicieron callar. La orquesta atacó una composición de Honegger, pero sin intención de hacerle mucho daño, incluso al final la interpretación llegaba a notable cuando el breve y único movimiento se acabó. Y para terminar el programa, una sinfonía de Philip Glass o « quizá una suite de una ópera » pensó Majors, que nunca miraba los programas. Debió quedarse traspuesto porque todo se le hizo extraordinariamente breve.
- ¿Vienes al lunch para la entrega del premio ?
- No tenemos nada para cenar en casa o sea que sí – respondió al vecino de butaca y en unión de su esposa siguieron al lehendekari y a su séquito que abandonaba la sala sonriendo en 360º-.
Lin Chi-Ling la esposa, parece que definitiva, del abogado bilbaino Manu Majors es una gran estratega de los condumios por invitación, así que ocuparon el mejor emplazamiento para atrapar desde el que siguieron las palabras del presidente del vasco gobierno al hacer entrega del cheque de recompensa al compositor y de éste de agradecimiento, en el que prometió emocionado componer una sinfonía en honor del lehendakari.
Manu y Lin estuvieron especulando, mientras degustaban los “pintxos”, sobre la posibilidad de encontrarle un empleo al compositor, Koldo Larrañaga , en el que su talento tuviera utilidad como música para ascensores o anuncios de telefonía, al fin y al cabo Koldo, - en realidad Abraham García Rodríguez que, como tantos otros, había vasquizado su identidad para subsistir en el pequeño país-, era un tipo entrañable y hambriento.
El lehendakari se acercó con su habitual afabilidad a Majors, quizá movido por la curiosidad de conocer la “sobrina” oriental del abogado, cuya facilidad para aparecer con parejas femeninas jóvenes era notoria pero que su madre había explicado en el batzoki de Abando diciendo que su hijo Manu solía ir al concierto con su sobrina, el lehendakari aprovechó para coger un pintxo y para decirle a Majors:
- ¿Me puedes hacer el favor de que este hombre no me componga ni un “zortziko”?
- A tus órdenes, lehendakari, no encontrarán el cadáver jamás – respondió exageradamente servicial el abogado -.
El bocado de salmón de Urdaibai que estaba ingiriendo el político salió despedido, al oír la respuesta, y cayó en la corbata de escudos del Athlétic que llevaba Majors.
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