martes, 1 de diciembre de 2020

LA SIESTA EN CASA DE LOS PADRES DE MIKEL (IV)

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 - ¿Morboso? De enfermos.

- ¿Tienes novio?

- No y no me interesa.

No volvieron a hablar de estos temas. Y Zulema se lo comentó a una Laura incrédula el siguiente viernes en el restaurante.  

La última semana prevista de estancia de pasantía había una vista en un Juzgado de  Bilbao de un asunto mercantil que Zulema había seguido desde el inicio, así que ambos fueron en el coche de Sebastián, al acabar la vista comieron el típico menú del día y se dirigieron por la autopista a Eibar donde Sebastián tenía que dejar un sobre en una oficina de contabilidad y al salir de esta villa hacia Donostia vieron a una monja con hábitos que hacía autostop y Sebastián se paró para recogerla, la monja, una joven mulata sudamericana, se dirigía a Deva. En vez de entrar por la autopista, Sebastián se dirigió por la carretera general. Nada más montarse la monja en el asiento de atrás, el abogado le preguntó si era monja de verdad, o era Batman o un travesti. La monja, sin entender o haciendo que no entendía la cuestión, aseguró que estaba a punto de profesar. El viaje se convirtió en un calvario  para las dos mujeres aparentemente, Sebastián, que estaba eufórico por la adrenalina del juicio, se dedicó a hablar en latín con la monja, que tuvo que confesar que no sabía y menos al nivel aparente del abogado, luego empezó a contar chistes de monjas, los chistes más fuertes que le pasaban por la cabeza, hasta que la monja saltó del coche nada más parar en Deva.

- ¡Ave María! Ni se ha despedido.

Zulema, que no se había reído en ningún momento hasta entonces, estalló en una carcajada. La verdad es que el show había sido buenísimo y sabía que se había producido porque ella estaba, Sebastián estaba guapísimo conduciendo y repitiendo frases incoherentes y brocardos en latín, Zulema puso su mano izquierda en la pierna derecha del conductor espontáneamente sin que el abogado reaccionara, junto a la pierna había un bulto en el pantalón, la erección de Sebastián era una evidencia y Zulema la percibía justo al lado de sus dedos. Nunca se pudo dar a sí misma una explicación coherente, lo que hizo fue empezar a bajar la cremallera de la bragueta del pantalón del abogado a la vez que se inclinaba hacia aquel paquete, el cinturón de seguridad le incomodaba, pero actuaba sin reflexión alguna.

- ¿Qué haces loca? ¿Quieres que nos matemos?

Sebastián Nivelle le apartó y frenó violentamente en el arcén de la subida después del puente sobre el río Oria.

- ¡Para o te bajas aquí mismo y te vas andando!

Zulema se echó a llorar, musitando excusas incomprensibles. El abogado arrancó y sin decir palabra se detuvo en el aparcamiento de la cafetería del área de descanso de Aritzeta en la entrada de la ciudad. Y empezó el chorreo.

- Lo veía venir, tus cambios en la forma de vestir, tus miradas a las otras mujeres del despacho, te estabas trasformando… mira, niña, en la empresa no se folla, se empieza follando y se acaba enamorado, y una vez enamorados los dos es todo una gran cagada. Yo tengo mujer e hijos y no voy a dejar que ésta -señalándose la bragueta -, me arrastre, ya he visto a lo que conducen estas cosas, tengo experiencia familiar al respecto. Creo que es mejor que dejes la pasantía ya, para un par de días que te quedan, pasas por el despacho mañana y te doy el certificado de que las prácticas las has hecho, aunque no creo que te sirva de nada porque jamás vas a ser abogado, no es lo tuyo, haz oposiciones a la Diputación o a la  Caja de Ahorros o a lo que te de la real gana, tienes vocación de funcionaria y lo siento, lo siento mucho, pero olvídate de mi.

Zulema, que seguía llorando, se iba indignando con cada palabra que salía de la boca del abogado. “Aquel cretino se creía que ella se había rendido seducida a sus pies”, pensaba pero no dijo nada. Perdió el hilo de lo que siguió, un discurso moralista y paternalista, lleno de imprecaciones y de consejos idiotas. Luego, se encontró en su casa. No recogió el certificado de las prácticas realizadas en Numea Asesoría Jurídica y empezó inmediatamente a preparar las oposiciones a judicatura.


Sin embargo, durante la estancia en el despacho se había despertado algo en el equilibrio hormonal de la muchacha. Nunca se había masturbado hasta entonces y ahora se dormía muchas noches después de acariciarse el clítoris con la yema de un dedo imaginándose “películas” en las que ella era protagonista del deseo de Sebastián o de Laura o de quien se le pasase por la cabeza, llegó a rebuscar en el armario de su hermano pero no encontró revista alguna, así que con el pretexto de leer algo se llevaba a la cama algún semanario de los que comenzaban a publicar fotografías de desnudos, siempre femeninos. Los años de la transición eran los años del destape. 

Se observaba sin ropa en los espejos del dormitorio y del baño y se decía que tenía que adelgazar mucho para parecerse a las modelos fotografiadas, pero Zulema siempre tenía hambre y sus propósitos duraban lo que le duraba un buen plato de comida encima de la mesa.

(Continuará)

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