lunes, 21 de diciembre de 2020

LA SIESTA EN CASA DE LOS PADRES DE MIKEL (UN FINAL)

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Entre estudios y escarceos amorosos, Zulema había dejado el trabajo de camarera definitivamente. Pasaron un par de meses, en los que la Dictadura argentina desencadenó una guerra con Gran Bretaña para perderla, pero eso pasaba muy lejos del País Vasco donde los asesinatos de ETA se sucedían como una persistente y rutinaria lluvia de sangre a la que era obligado acostumbrarse para no enloquecer.  Parecía que la muerte, tan presente, empujaba a los vivos a estar más vivos, aunque la voracidad de Mikel y Zulema en el asiento trasero del coche hubiera sido posiblemente la misma en otras circunstancias. Sin embargo, la posibilidad de que un control policial, una linterna que iluminase el interior repentinamente, o una confusión de un terrorista acabase con alguno de sus encuentros de mala manera se iba haciendo cada vez más presente en sus conversaciones.


Mikel le propuso ir a comer un sábado, el siguiente del que estaban disfrutando, a comer en casa de sus padres, domicilio donde vivía mientras seguía buscando un nuevo piso, y así presentar sus futuros suegros a Zulema. Ella le dijo que él también tendría que venir a casa de sus padres y conocer a sus futuros suegros inmediatamente después. Mientras recuperaban el aliento y la compostura en el asiento de atrás acordaron que, una vez establecidas las relaciones institucionales con ambas familias, solo quedaba que Mikel encontrase un piso que le gustase a ella, establecer la fecha y pasar por el juzgado a casarse.

Mikel comía todos los sábados en casa de sus padres, viviera o no con ellos, durante la semana solía comer, como casi todos sus socios de despacho, algún menú del día donde le pillase la jornada de trabajo. La comida del sábado, sentado a la derecha de su padre, era un rito vital importante para Mikel, su madre cocinaba lo que él quería y su madre era una excelente cocinera vasca, luego Mikel se retiraba a echar la siesta en su dormitorio, dormitorio de adolescente conservado por su madre como un museo histórico, además los anuncios de noticias importantes Mikel los realizaba en la comida y las presentaciones de sus sucesivas novias también… estas presentaciones tenían también su ritual: Mikel se echaba la siesta con la novia en casa de los padres, que eran profundamente católicos, por lo que la imposición que su hijo había realizado de hacerles soportar el pecado de acostarse con su novia en su casa había sido un hito en sus vidas. Unos pocos años antes, cuando el “Generalísimo” estaba en las últimas, la policía había detenido a Mikel por su militancia en un partido político ya que los partidos políticos estaban prohibidos por el régimen político totalitario, lo que hizo que sus padres se enteraran de que su hijo era “rojo” y “separatista”, perteneciente a uno de los numerosos grupúsculos de izquierdas que se enfrentaban a la eterna derecha española, ese bloque de intereses que ocupa el poder en España desde que España existe. Franco se encargaba de ejercer ese poder para sus mandantes y Mikel era entonces un joven idealista y radical. Recuperada la libertad, Mikel proclamó ante sus padres sus ideas en todos los órdenes, les presentó a la joven con la que convivía por entonces en una de esas comidas y, al finalizar la misma, anunció que los dos se iban a echar la siesta. Los padres, con lágrimas en los ojos, nada dijeron, solo subieron el volumen del televisor para no oír los ruidos que se escapaban de la habitación del hijo. Pero, seis años más tarde, la sordera de ambos justificaba por sí sola el sonido al que ponían la televisión, se echase Mikel la siesta solo o acompañado.

Llegado el sábado en cuestión, la comida se desarrolló cordialmente, el padre encantado porque su hijo tuviera ya boda en perspectiva con una joven tan guapa como inteligente y la madre ya se veía convertida en abuela dentro de poco, aunque Zulema se dedicó a echar balones fuera cuando su futura suegra sacó el tema sobre la mesa. Concluidos los cafés de la sobremesa, Mikel dijo “Nosotros vamos a echarnos la siesta” y ambos se dirigieron a la habitación. Zulema no iba cómoda, sintiendo en su espalda la mirada clavada de la madre de su novio y se volvió hacia ella, encontrándose con la sonrisa beatífica y encantada de la misma, era la bendición a su unión, sonrió en respuesta y dentro de su cuerpo las hormonas empezaron a calentar motores. Tuvo que pasar por el baño para prepararse y luego esperar que Mikel también pasase. 

Zulema se sentó en la cama a esperar apenas unos segundos, luego se desnudó del todo rápidamente , teniendo cuidado de dejar  la lencería, de calidad y regalo de Mikel, debajo del resto de la ropa para que éste no adivinara en principio lo que le esperaba, se metió en la cama dejando la luz de la mesilla encendida ya que las persianas estaban bajadas. Cuando Mikel regresó, se quedó en camiseta y calzoncillos y se metió rápidamente a su lado, apagando la luz y… volviéndola a encender para retirar las sábanas y disfrutar con la contemplación del cuerpo de su novia. Inmediatamente, con muy poca ayuda, se quedó también desnudo.

Luego vinieron las caricias, los preparativos, la búsqueda del preservativo guardado en el bolsillo del pantalón, la puesta del mismo, la almohada bajo las caderas de ella, y el descubrimiento de que, a pesar de la normalidad de los aparatos genitales de ambos, la penetración era dificultosa, apenas dos centímetros, y bastante dolorosa. Un bote de crema “nivea” en el cajón de la mesilla y una generosa dosis aplicada en uno y otro facilitó, la erección seguía espléndida, por fin la penetración completa. Zulema sintió en su interior como unas cortinas que se abrían, la imagen que le vino a la cabeza en ese momento fueron las puertas rojas de un castillo que se abrían golpeadas por un ariete como en una película de Robin Hood. Al fondo del pasillo, la banda sonora de Henry Mancini acompañaba a John Wayne que cazaba rinocerontes a lazo. Y, a partir de ese instante, a todas luces anodino, disfrutó de los movimientos de avance y retroceso de su novio lo que duraron, sin llegar a una explosión orgásmica se sentía satisfecha y, al sentir la culminación de él, se aferró con toda la fuerza de sus brazos y piernas a aquel cuerpo encima suyo y de su interior salió un profundo rugido, animal, como el de una leona líder de manada dispuesta a matar a quien le intente arrebatar su parte de presa. El rugido le provocó a Mikel un estremecimiento general y se sintió pequeño muy pequeño, como un ratoncito a punto de ser devorado por una gata negra y grande, lo que confundió con el amor.


(Quizá continúe)

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