miércoles, 24 de enero de 2024

LA BANALIDAD DE ICIAR


Una actriz vasca ha prestado su imagen al montaje de Azkarraga y sus cuates al servicio del movimiento carlista y etarroide que sigue con su tradicional monopolio de la victimización en este periodo entre guerras carlistas - ¿Vamos por la quinta ? -. Para mi, es evidente que esta ideología totalitaria impregna uno de los poderes de Euskadi y está profundamente enraízado en nuestras cabezas tan vascas.


Lo que me ha llevado a pedirle a la IA más barata una reflexión sobre la banalidad del mal. Y lo que ha plagiado el invento es lo siguiente más o menos – siempre hay que pulir algo -.



La banalidad del mal es un concepto acuñado por la filósofa Hannah Arendt para describir la actitud de indiferencia y obediencia de algunos individuos que participaron en atrocidades como el Holocausto. Según Arendt, estos individuos no eran monstruos ni fanáticos, sino personas normales que no cuestionaban sus acciones ni las consecuencias de las mismas. Arendt se basó en el caso de Adolf Eichmann, un oficial nazi que organizó la deportación de millones de judíos a los campos de exterminio. Arendt asistió a su juicio en Jerusalén y escribió un libro titulado « Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal ».


La tesis de Arendt es que el mal no siempre surge de una voluntad perversa o de una ideología malévola, sino que puede ser el resultado de la falta de pensamiento, de juicio y de responsabilidad. Arendt sostiene que el pensamiento es una actividad que nos permite reflexionar sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre el mundo, y que nos hace conscientes de nuestra condición humana. El pensamiento nos permite distinguir entre el bien y el mal, y nos impide caer en la rutina, la conformidad y la banalidad. Sin embargo, el pensamiento también requiere un esfuerzo, una valentía y una libertad que no todos están dispuestos a ejercer. Por eso, Arendt afirma que la banalidad del mal es el mal de nuestro tiempo, un mal que se manifiesta en la indiferencia, la ignorancia y la complicidad con los poderosos.


La reflexión de Arendt sobre la banalidad del mal nos invita a cuestionar nuestra propia capacidad de pensar, de juzgar y de actuar de manera ética. Nos alerta sobre los peligros de la deshumanización, de la violencia y de la injusticia que pueden derivarse de la obediencia ciega, de la aceptación acrítica y de la renuncia a nuestra dignidad. Nos recuerda que el mal no es algo ajeno o excepcional, sino que puede estar presente en nuestra vida cotidiana, y que depende de nosotros enfrentarlo y resistirlo. Nos propone, en definitiva, una filosofía política que defiende la igualdad, la libertad y la pluralidad como las condiciones esenciales para la convivencia humana.


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