Vivimos en tiempos de despidos colectivos e individuales, concursos de acreedores e insolvencias y los brotes que surgen del suelo no dejan ver la luz de salida del túnel pero son los tiempos también en que a un joven de 25 años se le van a pagar 24.600€ día por jugar, si juega, en un equipo profesional de un deporte de balón. Y además una caja de ahorros ha hecho la obra social de ayudar a financiar la adquisición de sus derechos de juego por 76.600.000€...
Por tanto, no es fácil enseñar y difundir nuestro deporte dentro del contexto de su espíritu y tradiciones estos días en los que además el liderazgo del rugby español está haciendo todo lo posible para ofrecer una de esas tanganas en las que todos pierden y que provocan el alejamiento de los espectadores.
El juego del rugby en España tiene un futuro brillante y un presente tan sombrío como la economía del país. Si bien es mucho lo que nos falta en los aspectos organizativos –con tentaciones de escisión perfectamente evitables-, administrativos y de infraestructura financiera de apoyo, se tiene lo mejor y que es una base sólida para su correcto desarrollo: los hombres y mujeres de espíritu aficionado que diseminados por los pequeños focos del territorio conforman esa red social que permitirá que el rugby como escuela de vida siga siendo un deporte y un deporte perfectamente compatible con un profesionalismo que no olvide de dónde nace y que su filosofía e imagen tienen que ser las de este deporte, no las de un espectáculo al margen de la ética.
El rico Epulón no se enteraba de que los perros disputaban lo que caía de su mesa con Lázaro pero seguro de que invirtió el dinero que le prestaron –los banqueros bíblicos eran los antecesores de los cajeros actuales-, para hacer su mesa tan grande que ni las migajas se le escaparan.
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