-Todas las jugadoras de rugby son lesbianas –Me dijo una joven madre después de que diera una breve presentación de nuestro deporte a un grupo de padres de un centro escolar-, y no voy a dejar que mi hija se mezcle con ese tipo de gente.
Como tenía un poco de tiempo aquella noche, le pude exponer, a ella y a su marido, mi experiencia con el mundo del rugby femenino y la irrelevancia que tiene la orientación sexual de cada una de las personas que habitamos este país de Ovalia, donde lo importante es el jugar juntos, aunque para ello haya que hacer dos equipos. La proporción de homosexuales en la sociedad vasca es la que es, vine a decir, y el deporte es un fenómeno social y más o menos en el rugby habrá un porcentaje parecido de heteros y homos, de gordos y flacos, de nacionalistas vascos y de no nacionalistas... Es evidente que una persona que, por alguna característica personal, se siente rechazada en otros ámbitos, puede encontrar en un deporte ciertamente marginal, que necesita reclutar practicantes y que es abierto por principio, un acogimiento especial e integrador en su colectivo. Pero no se puede pensar que la homosexualidad “se contagia”.
No me acuerdo si les convencí, supongo que no, tuve la impresión de que no querían convencerse de nada y por un contacto común sé que me etiquetaron de “probable gay” posteriormente. Los prejuicios siguen estando en nuestro entorno y están para quedarse pero me gustaría que padres como aquéllos pudieran ver en unión de sus hijas este fin de semana los partidos del Gran Prix Sevens Series Europeo en Marbella que las chicas de 12 selecciones van a disputar y que se empaparan con ellas de sangre, sudor y lágrimas.
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