miércoles, 3 de julio de 2019

EN LUXEMBURGO NO HAY VÍRGENES

- No hay que cometer delitos en la medida de lo posible y, si los cometes, no hay que dejar pruebas - pensó Manu Majors recordando las lecciones de derecho práctico que el viejo profesor Sr. Saborit le había dado en la Universidad de Deusto -.
El abogado bilbaino Manu Majors se ajustó la corbata frente al espejo del ascensor que le subía, a las 8 de la mañana, al despacho de su colega luxemburgués y miró si en la placa de características industriales del elevador se mencionaba a la cooperativa Orona, ya que alguien le había dicho que en toda Europa había rastros del crecimiento de aquella empresa vasca. “Pues va a ser que no” se dijo a media voz.
El edificio, de arquitecto contemporáneo pero no demasiado feo y además funcional, se encontraba en la rue Sainte Zhite de Luxemburgo, la plaza financiera centroeuropea. En la fachada junto al portal, las otras placas informaban de qué firmas de asesores, de expertos en inversiones, de abogados y de bancos privados eran las que ocupaban las cinco plantas pero Majors  había cogido el ascensor en el propio garaje del edificio donde había aparcado un discreto coche de alquiler, alquiler que él no había tramitado para no dejar su nombre fácilmente en un registro, así que no había examinado ninguna otra placa, él se dirigía a un piso determinado en lo más alto.
Cuando el ascensor se detuvo, su puerta y la puerta del despacho se abrieron automáticamente y, al penetrar, se encontró en el hall sobrio y de luz tamizada de una especie de sacristía.
- Atmósfera vaticana o algo así -pensó aunque en realidad jamás había estado en una sacristía y menos en el Vaticano-.
Manuel Majors Etxezarreta medía más de un metro ochenta, casi un metro noventa, y ocupaba espacio con su traje azul oscuro, hecho en Bond Street, en aquella penumbra con banda sonora de adagio apenas audible.
Se cerró la puerta a sus espaldas silenciosamente y se abrió otra en su frente. Con un traje impecable gris perla, elegante tanto o más que el propio Majors, provisto de una sonrisa de cortesía Monsieur de Rothschild en persona le hizo pasar de la recepción a un amplio despacho interior.
Majors tuvo la sensación de haber visto al personaje en alguna película inglesa de terror, alguno de aquellos viejos films en que el malvado es un aristócrata vampiro que muere al final para resucitar en el comienzo de la secuela siguiente.
Después de las fórmulas protocolarias, dichas en inglés neutro por ambos mientras se sentaban uno a cada lado de la mesa de despacho, el abogado que jugaba como local le pasó los documentos que Majors debía firmar y se ausentó. Majors comprobó que eran los acordados entre ambos aunque hizo una pequeña corrección en uno de los apellidos de su representado y, observando el luminoso paisaje que se veía en la ventana de detrás del asiento vacío de Rothschild, dedujo inmediatamente que era una fotografía, en la calle se había quedado un día gris y lluvioso.

Una empleada, pequeña, vestida de negro, entró empujando una mesita con ruedas en la que se encontraba, dentro de una urna de metacrilato transparente, una imagen de una virgen románica con un niño en su regazo. La empleada hizo una mueca de enfado al ver la enmienda en el escrito encima de la mesa, lo recogió y dejó a Majors solo de nuevo. Éste se levantó para examinar la escultura, aparentemente vieja de siglos, la virgen oscura tenía cara de pasmo y dejaba frío, el niño, sin embargo, se parecía a Leo Messi niño con un balón en una mano. A pesar del pedestal plástico que la soportaba, el conjunto no superaba el metro de altura.
Preparado nuevamente el documento que le entregó la secretaria, entró Monsieur de Rothschild que le pidió la firma y el cheque bancario que debía entregarle, Majors lo sacó de su bolsillo y le comentó:
- ¿Está firmado por vuestro padre?
- No, es otra de las ramas de la familia, en la finanza y en Luxemburgo hay más Rothschild que Martínez en España o en Francia.
La empleada introdujo el contrato y el cheque en una carpeta y dejó a los dos hombres solos junto a la mesita con la imagen. Majors intentó levantar la parte transparente de la protección del objeto pero no pudo, el otro abogado puso los dedos corazones de sus pulidas manos en el centro de los lados negros de la base y luego suavemente la levantó dejándola a un costado.
- Espléndida -dijo en inglés y, para asombro de Majors, se santiguó, musitando una jaculatoria en latín -.
Los dos bajaron con la imagen en la mesita al garaje, Majors abrió el cofre y ceremoniosamente el abogado luxemburgués la recostó junto al saco de palos de golf, para ello Majors tuvo que abatir el respaldo del asiento trasero. Luego se despidieron con la misma fría cortesía y el abogado bilbaino salió del subterráneo, conduciendo con tranquilidad, aun no eran las 9 de la mañana, en su interior el cronómetro del día empezaba a correr.
Lo primero seleccionó las señas del parking al que se iba a dirigir en el GPS del vehículo en la propia rampa de salida. El aparcamiento en cuestiónestaba apenas a 500 metros pero tuvo que dar un rodeo por causa de las contradirecciones y de las obras públicas que alguna campaña electoral estaba obligando a realizar a los políticos locales.
Minutos más tarde había aparcado en la plaza más recóndita posible de la planta más profunda, en donde le estaba esperando o quizá apareció cuando él llegó, Jon Galzagorri con una maleta de ruedas y vestido exactamente como Majors, cualquiera podía pensar que eran dos hermanos bastante gemelos, aunque Galtzagorri medía veinte centímetros menos posiblemente pero de una corpulencia similar. Manu Majors sacó la virgen con cuidado de su envoltorio de seguridad y la depositó en la maleta de viaje, rodeándola de lencería femenina a modo de protección, lencería que Galtzagorri había comprado en una boutique erótica la tarde anterior, a su llegada a Luxemburgo.
- Tienes tiempo de sobra para llegar al tren, sale a las 10,10 y estás a 10 minutos andando – le confirmó Galtzagorri dándole los billetes -, hazme la llamada perdida cuando estés en Arrigorriaga, que no quiero quedarme en Luxemburgo toda la semana.
- No dejes el metacrilato en la “déchetterie” hasta que yo no avise, no sea que tenga bicho dentro – Majors se quitó la corbata de escudos del Athlétic y se puso un impermeable que estaba entre los asientos y una boina que sacó del bolsillo - Los judíos ni se santiguan ni rezan jaculatorias ¿No?
- Ya me lo contarás otro día, ahora vete.
Galtzagorri esperó dentro del coche, oyendo música, hasta que pasó la hora de salida del tren a París, salió del parking y se dirigió al Golf Club Grand Ducal de Luxembourg a pasar el día.
Majors hizo un tranquilo viaje a París en el TGV, leyendo un libro de aventuras africanas, luego se trasladó de la Gare de l’Est a la Gare de Montparnasse en la línea 4 del metro, hubiera preferido hacer el trayecto en bus pero el viaje no era de turismo. Como calculado, tuvo tiempo de sobra para comprar un billete en el TGV hasta Hendaya y comer un sándwich, todo lo pagó en efectivo, pasada la estación de Burdeos encendió por primera vez en dos días el teléfono móvil que alguien le había prestado en su despacho de abogados – el suyo estaba en el saco de golf que llevaba Galtzagorri en el coche alquilado -, e hizo una llamada perdida al número del teléfono de una amiga de su mujer, recibió otra llamada enseguida que también se perdió sin respuesta. Se bajó en Dax a las 18,15, su mujer, Lin, le esperaba en el andén.
Lin Chi-Ling vestía un impermeable y se tapaba sus orientales y bellos ojos con unas gafas de sol, totalmente inútiles. Sin perder el tiempo se dirigieron al aparcamiento de la estación y cogieron el coche, que otra amiga de su mujer le había dejado, y por la carretera general hasta la frontera de Behobia, luego por la Autopista, se dirigieron hacia Arrigorriaga, a donde llegaron a las 21,30 y hacer la llamada perdida a su propio teléfono.
Cuando sonó el teléfono en el bolsillo del saco de golf, Jon Galtzagorri estaba aparcado junto al viejo estadio de Luxemburgo, dejó la urna en el container de plásticos que había en un lado de la pequeña explanada, iluminada por las luces de la incineradora de residuos que funcionaba a toda marcha y se dirigió hacia Metz en Francia por la ruta más corta.
Los aduaneros franceses le pararon a las 22,18 exactamente en el municipio de Thionville. Y a las 23,27 dormía plácidamente en el Hotel de Metz, “el Best Western Metz Technopôle está situado a 3 km del centro histórico de Metz, en un extremo de un campo de golf de 18 hoyos” que dicen en Booking en su descripción.


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