Este folletín por entregas irregulares comienza en
A Ustarroz le habían adjudicado un despacho sin luz natural y apenas amueblado para instalar su oficina provisional de investigación, no había enchufes, alguien tuvo el detalle de traerle un inútil flexo, un boli y un paquete de hojas de papel, tuvo que pedir por favor que le dejaran enchufar con un alargador su portátil en el enchufe del despacho contiguo pero nunca consiguió enchufar el flexo, así que la fluorescente moribunda del techo fue su única luz de trabajo. De todas maneras, desde el principio pensó que iba a procurar pasar el menor tiempo posible allí.
Su esquema de trabajo era sencillo, el Juez de Manacor había autorizado la intervención de un montón de teléfonos, todos los de la familia directa del difunto, esto es mujer e hijos, los de su socio Pedro Apoita, el de Peio López Iruraiz, el de Antton Mendoza, el de Roberto Fernández de Lerchundi, los de los socios de Ipurbeltz Etxebizitza que eran algunos Ortiz de Zárate, Ruiz de Azúa y Gómez de Segura a pesar de ser vizcaínos y no alaveses, no había autorizado el de José Martínez de Gurruchaga ni el de su esposa con acuerdo del Fiscal, tampoco de Slobodan Kovasevic por no constar ninguno a su nombre, las intervenciones las llevaban a cabo los técnicos del Servicio de Criminalística pero los medios humanos eran insuficientes para analizar las conversaciones entre todos los componentes del círculo de la víctima, así que su idea era empezar con las visitas personales a los familiares y a los socios para hacerse una idea de quién de ellos había encargado el trabajo y para que se pudieran calibrar las reacciones a esas visitas por parte de “los orejas”. Tenía que empezar cuanto antes porque el Juez de Instrucción se iba a impacientar si no sacaba indicios en breve tiempo.
Llamó a la viuda para concertar una cita en su domicilio la misma tarde que llegó. Llamó a Majors para advertirle de su presencia por Bilbao y quedaron vagamente en verse. También llamó a Apoita, el socio del difunto, para saber el horario en que estaría disponible al día siguiente y lo mismo con los dos hijos mayores, tanto Iñigo júnior como Begoña, que también le indicaron su plena disponibilidad.
La entrevista con Begoña Bergareche Ibarra en la casa de Getxo fue un trámite inútil, la viuda no tenía nada que añadir, insistió en su convicción personal de que todo tenía que ser casual, que si no eran los gitanos debían de haber sido unos turistas borrachos o alguien que sí quería cometer un asesinato pero se había equivocado de objetivo, la mujer parecía haber perdido su capacidad de pensar. Ustárroz no descartó ninguna de las posibilidades que la mujer refería delante de ella. A pesar de su aspecto enfermizo, delgada y con ojeras, su cercanía provocó el mismo efecto de atracción animal al teniente que el que había sentido en Mallorca y se sintió mal, así que abrevió y se retiró a mal dormir en la húmeda habitación que también se le había adjudicado en la Comandancia de La Salve.
Manu Majors le llamó a las 8 de la mañana y le invitó a desayunar en un obrador de la Plaza Zabalgune, así que cruzó la ría por el puente Calatrava y departió con el abogado bilbaino y su mujer, mientras degustaban tostadas y cafés.
- Me encanta el método policial que siempre acabáis empleando, dar vueltas en torno a los posibles implicados hasta que alguno se pone nervioso y se chiva de algo -le comentó Lin -, como lo que cuenta es para excusarse y señalar al que desde dentro considera culpable, seguís esa pista y…
- Yo creo que tú has leído muchas novelas, el trabajo policial es ir montando un puzzle en tres dimensiones a base de pequeñas piezas irregulares que unas veces encajan y resuelven el tema y otras muchas encajan pero no resuelven el tema porque faltan otras piezas y, a lo peor, otras veces hay tan pocas piezas que no se puede ni iniciar el puzzle.
- Lo habitual es moverse, moverse y que te llegue el soplo de dentro o de fuera, si no hay soplo no hay solución – decía Majors -.
Hacia las 10 se dirigió al despacho de Apoita pero antes consultó en su smartphone los mensajes de Madrid con la transcripción de algunas conversaciones, todas irrelevantes, pero se quedó con la llamada nocturna, por lo hablado debía de ser una llamada casi diaria, de Martínez de Gurruchaga a la viuda interesándose por lo que había hecho durante el día, ésta le había contado su visita y el abogado había preguntado insistentemente sobre lo manifestado por el guardia civil pero ella refirió sus especulaciones sobre la autoría como si Ustarroz las hubiera hecho.
En el portal del edificio de oficinas, tuvo la tentación de subir a visitar las oficinas de Figueruelas y Asociados en vez de ir a ver a Pedro Apoita, la verdad es que el Juez había arrugado el morro ante la posibilidad de investigar al abogado, así que no debería asomarse de buenas a primeras por el despacho del mismo. A veces las tentaciones son irresistibles.
La recepcionista de la firma de abogados no se inmutó cuando se identificó y preguntó por Martínez de Gurruchaga, que no estaba, estaba en los tribunales, según la empleada. Los abogados siempre están en los tribunales o en una reunión fuera del despacho cuando no están en su despacho. Pensó que con el sol otoñal que hacía, él también estaría mejor en el campo de golf. Dejó su tarjeta, dijo que solo quería saludarle y se marchó.
Apoita estaba enfadado con el mundo en general, tampoco fue de mucha utilidad, en cierta forma apreciaba mucho al difunto y echaba de menos sus opiniones sobre los asuntos diarios y sobre el fútbol del Athlétic. No creía que en Bilbao se matase por asuntos de negocio, “Eso en Euskadi no pasa” le dijo tres veces, Iñigo había tocado los huevos a sus socios de construcción posiblemente porque a veces tenía escrúpulos - “Estudió en los jesuitas” le dijo otras tres veces -, pero sus socios eran buenas personas, puteros pero de lujo, viciosos pero con fuste, delincuentes fiscales pero de misa y comunión por pascua florida, y además bien relacionados con el batzoki supremo, así que él también había pensado en esa posibilidad pero no veía a nadie capaz de hacer una cosa así. El guardia civil dedujo que Manu Majors y su Jon Galtzagorri habían hablado demasiado con Apoita sobre el asunto, esta deducción era errónea, Apoita se había puesto a deducir por su cuenta con las briznas de información que le había dado el hijo de su socio cuando le confió la representación de los intereses de la sucesión en Ipur Beltz Etxebizitza y había deducido que la muerte violenta de Arriluze no era un crimen bilbaíno, más bien parecía castellano, esto no se lo dijo al policía.
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