viernes, 14 de febrero de 2020

CABLES CRUZADOS

Este folletín por entregas irregulares comienza en
Efectivamente, como era miércoles, Martínez de Gurruchaga estaba jugando al golf en Punta Galea, el Real Club de Golf de Neguri. Era una partida madrugadora y, salvo inclemencias climáticas de grado sumo, se reunía con Roberto Fernández de Lerchundi y “los otros albertos” Alberto Salazar-Simpson y Alberto Ortega-Munster para pisar los primeros el rocío mañanero o la escarcha de las verdes praderas. Los cuatro solo coincidían en el campo de golf con habitualidad, no eran una cuadrilla de amigos aunque pudieran coincidir en actividades profesionales, Roberto, Bobby para todo Bilbao, era un arquitecto habitual en muchas obras y promociones en las que José Martínez de Gurruchaga también había intervenido, los otros Albertos eran asesores financieros, de unos quince años más de edad que el abogado, a su edad los trabajadores del Régimen General de la Seguridad Social, los obreros, suelen llevar cinco años jubilados, pero ellos seguían en plena actividad a pesar de que se habían enriquecido durante los años en que no había dinero para los negocios ya que siempre conseguían encontrarlo para sus clientes, con un pequeño diferencial en el interés a su favor, y en tiempos de dinero barato siempre conseguían encontrar dónde invertirlo a un interés superior del que se encontraba en los mercados bancarios, así que seguían enriqueciéndose y, por ahora, sin problemas. Tenían todos un hándicap parecido, aunque fueran pasando de cerca del 10 a cerca del 20 y las partidas, con el aperitivo en juego, eran reñidas y trufadas de chanzas y pequeñas trampas, más o menos toleradas, durante cada uno de los 18 hoyos.
Desde un principio, cuando todos pusieron sus teléfonos móviles en modo avión, estuvo claro que el aperitivo lo iba a pagar Martínez de Gurruchaga, había dormido mal, sentía el hígado, cuando tenía una preocupación su hígado le recordaba que de niño había tenido una hepatitis, hepatitis curada sin más secuela aparente que un cierto color de aceituna. Intentando no pensar en la visita del guardia civil a Begoña, - la viuda de Harry le había comentado la visita en la llamada telfónica diaria que Martínez de Gurruchafa le hacía -, estuvo pensando en ello por la noche demasiado y, durante el juego, se desconcentraba mucho en los segundos golpes y en los “approachs” al “green” por lo que iba acumulando golpes en su tarjeta de una forma que no era la habitual.
Al acabar la competición amistosa pasadas las 12 del mediodía y después de acicalarse en el vestuario, los cuatro se acomodaron en una mesa de la cafetería, mientras consultaban sus teléfonos como lo que eran, ocupados hombres de negocios conectados al mundo que importa, el mundo del dinero. El hígado sin dolerle se le dobló un poco cuando la recepcionista del despacho le avisó de que el guardia civil le había ido a ver, a pesar de ello o quizá por ello pidió un “negroni” con poco hielo para acompañar las rabas y salió al exterior para pedirle más detalles a la empleada, que no se los pudo dar. Apagando el móvil, regresó a la mesa y sin sentarse dijo “Bobby me puedes dejar tu teléfono que se me ha cascado la batería”. Salió de nuevo a la terraza y compuso el número de teléfono de su mujer, la agenda automática identificó el número como “Polvorones pintureros”, dejándole en evidencia que Bobby se estaba “beneficiando” a su mujer pero no era momento de preocuparse de estos pequeños detalles. Después de hablar con su todavía esposa devolvió el teléfono a Fernández de Lerchundi, Como era costumbre, pidieron el menú del día acompañado de un Ribera del Duero y se bebió el aperitivo de un solo trago.
Estaban acabando el café, ninguno tomó postre, cuando se acercó Manu Majors a saludarle:
- ¡Coño José, que este resol quema, tienes que ponerte crema de protección cuando salgas a jugar que  se te está quedando color de filipino!
Martínez de Gurruchaga le saludó quedamente, forzando una sonrisa. El resto de la mesa rió, repitiendo excesivamente “filipino, filipino”. Tuvo que pasar por el retrete antes de coger el coche del aparcamiento. Y se quedó sentado tras el volante sin arrancar, tenía que ordenar su cabeza. No había pasado nada, nada que no pudiera arreglarse ¿Cómo se iban a remontar hasta él? Lo de atropellarle había sido una improvisación de aquellos dos tarugos, él había dado las costumbres de Iñigo en Mallorca a Peio porque le pareció que un buceador profesional podía acercarse perfectamente a un nadador y tirarle de los pies al fondo para ahogarle y todo hubiera quedado como un accidente, no se lo había descrito así pero había insistido en la afición de Iñigo a la natación en largas distancias, sin embargo optaron por atropellarle. Luego surgió lo de los gitanos, la abogada de oficio se dejó convencer enseguida por el bien de la familia de la víctima y por el puesto de trabajo en el despacho de Palma pero la guardia civil no parecía que se lo había tragado y seguían dando vueltas, sin alharacas pero estaban allí. Tuvo tentación de llamar a Maider su mujer, la polvorones pintorescos, ¡Qué borde Bobby! ¿Cómo se puede ser tan basto y de Bilbao? Pero no lo podía hacer, su teléfono podía estar intervenido ¿Habría avisado a su primo que tenía que venir al Club al aparcamiento entre las 2 y media y las 3 de la tarde? A las 3 en punto, cuando ya se disponía a arrancar, absolutamente cabreado, apareció la moto con el gordo y enseguida Peio se sentó a su lado.
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