jueves, 11 de junio de 2020

ACCIÓN EN BIARRITZ

El actor vasco, vasco francés decían antes los cursis, Imanol Hiruntchiverry se asomó al puerto de pescadores desde las escaleras que suben a la explanada de la “Atalaya” o hizo que se asomaba. La cámara cogía en un plano medio su perfil derecho, para la toma le habían encasquetado a presión una boina roja dos tallas más pequeñas que la suya. Se esforzaba para poner su mejor mirada triste, el personaje acababa de romper con su amante, que se había quedado sentada en una mesa de una taberna típica del puerto. Cuando el ayudante del director gritó “acción” por primera vez, Hiruntchiverry buscó la silueta de su amante en el muelle de abajo, donde se suponía que estaba la terraza en el guion, en realidad había un bote auxiliar descalabrado y lleno de musgo y roña, además a las siete de la mañana y con el frío que hacía, nadie iba a estar en una terraza tomando un martini con mucho hielo por mucho que el guion lo exigiera. Le dijeron que no moviese tanto la cabeza, que la buscase con la mirada y que luego mirara hacia el horizonte, hacia el faro. Cinco tomas más tarde de la misma escena, alguien se apiadó de él y le cambiaron las alpargatas de cáñamo por sus botas, se le estaban congelando los pies que quedaban fuera de plano. La boina roja, ridícula como una boina roja que jamás ha usado nadie en su vida normal en un pueblo vasco, le estaba cortando la circulación sanguínea del cerebro pero Hiruntchiverry seguía las instrucciones del director del film, ubicado a cierta distancia en una tienda de campaña y que controlaba todo a través de un juego de pantallas. Habían pasado ya la docena de tomas y el actor, una y otra vez, sintiendo que alguna arteria o vena le iba a estallar en la cabeza, paseaba su mirada dolorida por el bote decrépito que era su novia bellísima e infiel en su imaginación, tanto si se decía “acción” como si se decía “corten”, Hiruntchiverry ya era una mirada desesperada que buscaba gaviotas, gatos, ratas… algo vivo que pasase por aquel muelle y que le distrajera, las lágrimas del dolor de la presión de la boina empezaron a salirle tímidamente.
- Esta es la buena – dijo el ayudante del director, vestido con un anorak enorme pero en short, con una voz alegre -, esa lágrima le ha encantado al patrón, hemos acabado Imanol.
Y así, al día siguiente tocaba rodar en Saint Jean de Luz la escena de la ruptura en la terraza de la taberna de Biarritz, cuyo interior iba a localizarse en Vieux Boucau una semana más tarde, Imanol Hiruntchiverry se quitó la boina y las ideas le volvieron a fluir por el cerebro.

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