Hace un tiempo hice un comentario a partir de ese tópico político vasco que quiere compararse con Irlanda siempre que venga a bien a la postura del que cite el ejemplo irlandés correspondiente.
Dadas las cristianas fechas que hemos superado vivos recientemente, me he acordado bastante de la Iglesia Católica en Irlanda y de las noticias que la han mencionado con motivo del examen de conciencia público que en ella ha provocado la pederastia soportada durante años por los escolares de las instituciones católicas.
En Euskal Herria no ha habido el más mínimo anuncio de un obispo, párroco, rector o abad que haya dimitido o pedido perdón de forma análoga que sus colegas irlandeses.
No voy a relatar los casos de abusos sexuales por religiosos que he conocido a lo largo de mi vida de cerca ni voy a señalar con el dedo a los autores –sus tumbas los amparan en la mayoría de los casos-. Y supongo que cualquiera de mis escasos lectores podrá recoger referencias de las secuelas que parientes, amigos o conocidos llevan grabadas por aquellos tocamientos pervertidos con ocasión de la confesión o de la dirección espiritual o de las meditaciones y ejercicios espirituales, por las preguntas de una lujuria estúpida sobre las actividades privadas de la exploradora adolescencia o por las violentas reacciones sádicas que la negativa a colaborar en su lascivia provocaba...
También de tantos abusos ideológicos, a partir de su posición de autoridad, que han llevado a tantos jóvenes a la muerte, a la cárcel, a la marginación... y que han sembrado en esta tierra las semillas indestructibles del terrorismo.
En vez de vocear contra su nuevo pastor, el silencio de la Iglesia –mal denominada-, vasca es clamoroso, quizá porque algunos cuentan con seguir practicando lo que puedan de tales abusos.
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