lunes, 9 de marzo de 2020

PARTIDAS SIMULTANEAS

Este folletín por entregas irregulares comienza en
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Ustarroz recibió la información de la Teniente Camacho a lo largo del día. Una vez identificado el serbio le fue relativamente fácil reconstruir sus pasos por las islas, así en plural, porque Kovasevic había pasado tranquilamente a Ibiza, allí había pasado unos días de relajo cómodamente alojado en un apartamento de una compatriota que regentaba un establecimiento de hostelería nocturna por San Antonio y había volado a París con un pasaporte y un billete a nombre de un conocido escritor y político francés de origen alemán. También el servicio de escucha le pasó el aviso de la reunión concertada entre los dos sospechosos pero sin poderle precisar mucho porque hablaban poco y brevemente entre ellos, posiblemente sospechando de posibles intervenciones telefónicas. Veía con más claridad que de un momento a otro debería ordenar la detención de Martínez de Gurruchaga y de los dos esbirros. Las huellas digitales, las identificaciones realizadas por la empresa que había alquilado el coche, las de las mujeres de Santanyi, los movimientos constatados…   ya le parecían suficientes para que los dos ejecutores pudieran ser condenados y una posible negociación con ellos podría llevar a que cantaran quién les había encargado el crimen pero… las pruebas contra Martínez de Gurruchaga eran escasas sin esa colaboración hipotética y el teniente no las tenía todas consigo, los serbios tienen fama de duros, los militares suelen tener una gran formación previa a los interrogatorios y quizá lo de delatar al cliente no entraba en su concepción del mundo y de la vida.
Decidió seguir personalmente con las visitas a los sospechosos, dejando para último lugar la del abogado José Martínez y solicitó que agentes de Cantabria se encargaran de seguir los movimientos del serbio y comprobar la realidad del encuentro con su colega  bilbaíno en el “lugar de costumbre” que no podía ser otro que el centro de buceo en el puerto santanderino de Colindres. Se encontró la pega de la falta de efectivos crónica de la guardia civil, el comandante le dijo que no podía desplazar a nadie para tan irrelevante misión y que de Santander menos.
Manu Majors llamó a Ustarroz para invitarle a comer al día siguiente, quería informarle que se había enterado de las costumbres de Martínez de Gurruchaga, con quién éste jugaba al golf cada semana en Punta Galea, con quién cenaba los viernes en un txoko flotante sito en un pantalán del puerto deportivo de El Abra, con quién viajaba a Lugano (Suiza) una vez al trimestre, en realidad los nombres se repetían con los miembros de la sociedad de promociones inmobiliarias, con los culos negros como Galtzagorri y él les llamaban. No tuvo tiempo de decirle nada, el teniente navarro le dijo si Galtzagorri y él tenían algo que hacer el día siguiente y si podían ir al puerto de …
Mientras llamaba a Galtzagorri que se apuntó a la misión que se vaticinaba se dirigió a la desangelada cafetería del Hotel Conde Duque donde había quedado con Ustarroz, en ella convinieron que los dos abogados debían comprobar visualmente, sin acercarse ni correr riesgos, si el encuentro entre los dos esbirros tenía lugar, nada más. Y luego avisarle y darle una descripción de lo que hubieran visto y, sobre todo, una impresión, si el lenguaje corporal de los dos delataba algo.
La idea del teniente era que la cita iba a tener lugar a la tarde, a última hora, como al atardecer pero habría que comprobarlo, o sea que si podían pasarse el día por allí, sin llamar la atención, pescando por el muelle o reparando alguna embarcación…
Al día siguiente, en cuanto El Corte Inglés abrió sus puertas, Majors y Galtzagorri entraron con los primeros clientes, media hora más tarde salían con un par de bolsas de los grandes almacenes comentando sus adquisiciones:
- ¿Cómo se llaman los dos detectives de las aventuras de Tintin? - decía Galtzagorri -.
- Hernández y Fernández en español, me parece, y Dupont-Dupont en francés, creo.
- Pues tengo la impresión de que vamos a parecer los dos detectives camuflados de tripulantes del Ramona comandado por el Capitán Haddock…
- En Colindres no hace falta que pasemos por otra cosa que por dos pijos santanderinos que acaban de desembarcar de un yate y que esperan que les aprovisionen antes de volver para casa.
Tres cuartos de hora más tarde estaban por Colindres viendo barcos pesqueros, ubicando el centro de buceo entre los locales industriales, ocupados por pequeños talleres y algún almacén de suministros, solo había un bar, La Venta, entre el muelle de los pantalanes del puerto deportivo  y el local de la empresa de buceo, dejaron el coche lo más cerca posible de este último con las bolsas de sus compras matutinas en el cofre y se dieron una primera vuelta andando hasta el último pantalán.  Como eran conscientes de que tenían tiempo se fueron andando a comer algo a un restaurante junto a la carretera nacional, saliendo del recinto portuario y que con gran imaginación se llama El Puerto pero tiene una buena relación de calidad y precio. A las 5 de la tarde entraron alternativamente al coche y se vistieron de marinos de la zarzuela Marina en un montaje hortera, con pantalón blanco, un polo blanco a rayas azules horizontales y unas gorras azules tipo beisbol pero con un ancla bordada en blanco, los zapatos náuticos los traían puestos. Luego Galtzagorri se quedó sentado en el coche mirando hacia la entrada del local y Majors se situó en la terraza de La Venta, un par de mesas adosadas a la pared, con un libro en inglés, una novela de Patrick O’Brian que ya había leído.
Era tan evidente que no era marino que no llamaba la atención de ninguno de los parroquianos, incluso una rotunda madre de familia, que cuidaba de que un mocoso que apenas andaba no se cayese demasiadas veces al agua, más bien barro porque era marea baja, desde el muelle, y que se acabó sentando en la silla que permanecía libre en la mesa que ocupaba, se dirigió en inglés a Majors, que le respondió con su mejor acento guiri.
La furgoneta rotulada DIVNA ETT se paró a las 18,30 en punto en la esquina del bar que daba hacia el aparcamiento. La moto llegó simultáneamente  a la otra esquina por el lado del muelle y los dos hombres entraron al interior de la taberna para salir inmediatamente con una jarra de cerveza cada uno, no había sitio en la terraza, ocupada por abuelas y niños y un inglés que le cantaba desentonadamente  a uno de los niños una canción infantil mientras agitaba su mano abierta delante de sus ojos, algo así como “Five small wolves”.
Los dos esbirros reían y bromeaban cordialmente al borde del muelle mirando hacia la ría, el bilbaino hablaba sobre todo y el serbio asentía, al cabo de media hora se acercaron de nuevo hacia la terraza desde la que Majors les había estado observando, Galtzagorri había desplazado también el coche y desde su interior hacía fotos con un teleobjetivo. El serbio dejó las jarras vacías en la mesa de Majors y aprovechó para leer el título de la novela, luego le sonrió, el otro se había puesto el casco y se fue en la moto hacia la carretera.
Kovasovic se montó a su vez en la furgoneta y se dirigió hacia el local del centro de buceo, aparcando frente a la puerta, Galtzagorri tuvo que mover el coche de nuevo para poder enfocarle mientras cargaba con un equipo completo negro de buceo, aletas, gafas, bombonas y plomos, luego se incorporó al tráfico en dirección de Santander.
Los dos abogados, vestidos de marineros se marcharon en dirección contraria y se pararon en Castro Urdiales ya de noche donde entraron a un aparcamiento subterráneo para abandonar su camuflaje, sentarse en una terraza y enviar las fotos a Ustarroz a través de un smartphone.
- ¿Para qué habrá cogido el neopreno? - el teniente se preguntó en voz alta, como si las paredes de su despacho le podrían responder.
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