- Me he encontrado con la viuda de Lenin en la sala de espera del dentista el otro día -dice Aristide Labarthe mientras retira trozos de silicona vieja en el plato de la ducha de la casa que Imanol Hiruntchiverry tiene en Arette -, parece anoréxica como una Cruella Devil.
- ¡Qué casualidad! Estaba pensando en Yannick Arósteguy en este momento – le responde Hiruntchiverry entrando desde la sala -, a pesar de que le llamábamos Lenin y que era un jugador muy malo técnicamente hablando, fue mi capitán en uno de los mejores periodos del equipo.
- Acabaste muy mal con él ¿No? A mi me parecía una especie de gilipollas difícil de tratar.
Labarthe es un “manitas” y aprovechando que hay huelga en la enseñanza ha subido con su amigo a repararle unas fugas de agua que el hijo de la actual mujer de Hiruntchiverry, el único que va de vez en cuando a esquiar en la Pierre Saint Martín y usa los fines de semana esta destartalada segunda residencia, que ya solo da gastos a su propietario.
- Sí, era un tipo muy especial – responde Hiruntchiverry pasando el tubo virgen de silicona a su amigo agachado en el cuarto de baño entre el bidet y el plato -, que estuvo años sin hablarme y un día, hará tres o cuatro años, me pidió, después de citarme en un bar por teléfono, que, por favor, le guardase unas cosas en el trastero de mi garaje.
- ¿Y le hiciste el favor?
- Eran papeles bancarios, unas fotos, unas diapositivas, un cuaderno y cartas, postales… en varias cajas de zapatos. Supongo que no quería que alguien las encontrase en su casa o en su trabajo y lo metí todo junto en una caja de cartón en la estantería más alta.
- Pues una vez muerto, quizá deberías dárselas a la viuda ¿No?
- No creo que fuera su voluntad. Al cabo de un tiempo, un año o más, me preguntó en la calle si seguía teniendo la chimeneta en esta casa y si podía quemar todo lo que me había dado, así que cogí las cajas de la estantería y un día que vine a Arette, que hacía frío como hoy, metí todo al fuego.
- Pues fin de la historia.
- No, antepenúltimo capítulo, porque casi un año más tarde me para de nuevo en la calle y me preguntó si había quemado lo que me había dado y le dije que claro que sí, que yo siempre hago lo que me piden los “amigos”.
- ¿Qué pasó a continuación? Porque algo pasó seguro, esa sonrisa irónica tuya…
- Que puso una cara larga hasta el suelo, como si le hubiera dado el disgusto de su vida y a los tres días, el infarto fulminante y se muere.
- Era raro el señor.
- Por eso me acordaba de él, ayer al buscar las herramientas me encontré la caja con todos papeles y fotos de Lenin caída en un el rincón del trastero ¿Qué habría quemado yo entonces?
- Tendrás que hacer algo con esa caja.
- Ya lo he hecho, por eso tenemos buena temperatura ahora ¿Qué crees que esta ardiendo en la chimeneta que he encendido esta mañana cuando hemos llegado para calentar esta casa?
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