En la tienda de la Real Sociedad en la calle Elcano se ha formado una cola de gente dispuesta a gastar sus 80 euros en el nuevo maillot blanquiazul, Jon Galtzagorri, que conserva aún la camiseta de Satrústegui en una caja del trastero, pasa sin prisas cerca, saliendo de una notaría para ir a coger un autobús, y se encuentra en la cola con una cara conocida, alguien a quien creía jubilado y viviendo lejos de Hirutxulo…
- Pues me gusta este diseño industrial, me recuerda mi infancia entre barras de aceros, hierros fundidos, bronces…. Y he decidido regalarme una camiseta para seguir los partidos por la televisión porque ya no voy al campo, eso que Anoeta es formidable pero cada vez me gusta menos el ambiente de vulgaridad, de masa maleducada, de pérdida de elegancia donostiarra…
- Sigues igual de pijo, querido conde – contesta Galtzagorri que tiene problemas siempre para repentizar los nombres -, lo tuyo es la elegancia ¿Cómo te va el exilio en Estoril?
- No es Estoril, no tengo nada que ver con el Conde de Barcelona, mi exilio es más personal que territorial, he tomado distancia de funcionarios, autoridades, poderosos y políticos pero sigo en contacto con borrachos, poetas, fumadores, pintores, adictos y músicos, la crème de la crème de esta ciudad. Por eso no nos vemos, ya no estamos en los mismos círculos.
- Pero ¿Estás bien?
- Muy bien, además sigo leyendo las esquelas y las noticias de la Real en la prensa, el resto del periódico lo reciclo en objetos que construyo en papier maché que es para lo que sirve la prensa local, bueno, leo las columnas de Begoña del Teso pero eso es porque, discípulo de Leopold von Sacher-Masoch, estoy obligado a sufrir con la Real y a leer los artículos de Begoña con envidia.
- Me alegro porque me acuerdo de la última cena que te hicimos hace unos años ya, cuando te despediste de la nobleza de la Corte de Luis XIII, el bien amado.
- Aquellos años fueron duros, panfletos llenos de calumnias e injurias más de 300 veces por las calles de la ciudad, amenazas de una banda mafiosa que no era ETA, agresiones de esbirros, miedo, vergüenza e imposibilidad de hacer una vida normal y las personas que estaban y están en las instituciones me dejaron objetivamente solo y desamparado, hipócritas y egoístas, incluso hacían ironía y humor con mi situación… solo amigos y clientes me servían de apoyo y, al final, un cruce de circunstancias ajenas a su voluntad institucional arreglaron mi situación pero me dejaron perjuicios económicos y morales enormes.
- Es verdad pero “tout vient à point à qui sait attendre”.
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