Los tamarindos sin hojas parecen esculturas contemporáneas desde la ventana. Valentín Garmendia Garmendia los observa allí abajo en la humedad que les envuelve, más allá, la barandilla separa el paseo de las aguas grises de la bahía, la luz del sol apenas penetra e Igueldo, la isla, Urgull e, incluso, el Ayuntamiento están como apagados. Le gusta tomarse el café, el termo lo ha conservado caliente, después de la vuelta por las bolsas del mundo que da todas las mañanas al levantarse, primero ha hablado con Hong Kong, su agente habla un inglés oscuro y entrecortado, luego con Singapur, un inglés fluido y solemne, y ha acabado, como siempre, con su banquero de Luxemburgo y su inglés elitista. No es un buen día, la caída de Tokio ha arrastrado los mercados financieros y ha perdido hoy prácticamente lo que ganó en la semana anterior, casi un millón de euros de valor en sus carteras de inversiones, sin embargo, ha mantenido la calma, solo ha ordenado una venta y ha mantenido sus posiciones, la semana que viene se recuperará con creces, Valentín Garmendia Garmendia tiene los gráficos en la cabeza y cree saber que la bajada de hoy es un retroceso para tomar impulso. Usando el ventanal como espejo se ajusta la corbata italiana al cuello y se alisa, es un gesto repetido infinitas veces al día, la chaqueta del traje, porque está ya vestido para ir al despacho y con sus corresponsales ha hablado en videoconferencia, solo el banquero luxemburgués y él llevaban chaqueta y corbata.
Es miércoles, le queda media hora para salir del apartamento y está solo, su mujer se ha debido de ir al cursillo de tenis o de golf o de pádel, los miércoles ella tiene un cursillo antes de las nueve y él tiene masaje a las quince y quince, después de comer ella se irá también, como cada miércoles, al bridge y él no irá al despacho, se quedará para el masaje.
Pone el teléfono móvil en modo avión, espera una llamada del obispo para un desayuno de trabajo y no quiere interrupciones mientras repasa alguna de sus series de diapositivas. Tiene posiblemente la colección más importante de Europa de diapositivas pornográficas, aunque hay un coleccionista belga que debe tener más, la colección particular de Valentín es de mejor calidad. El proyector tiene más de cuarenta años y sigue en un funcionamiento excelente, la pantalla igualmente es del más alto nivel técnico. Hoy escoge una pequeña serie en blanco y negro, « Fay Wray de Lezo y su King Kong donostiarra » reza la tarjeta de identificación con su cuidada letra. Las va pasando lentamente, saborea el golpeteo de impulso que hace pasar de una diapositiva a otra, le gusta ese ruido rítmico del que carecen las digitalizadas, por eso, cuando el autor decidió convertir sus fondos de archivo en soporte digital, le hizo una oferta, el capricho le salió caro pero mereció la pena. Nota la erección a pesar de que las ha visto muchas veces, esta erección le llena de optimismo para el masaje de después. Aunque le tiene que decir a la agente, que acompañará como siempre a la masajista hasta el portal, que es la última vez que quiere que venga esta ucraniana que va a cumplir dieciséis años y que tiene que presentarle una nueva ya, siempre una de quince a las quince y quince del miércoles y no una de dieciséis a las dieciséis y dieciséis, y además quiere una mulatita, ni una rubia angelical ni una negrita, la siguiente debe ser mulata que para eso él paga lo que paga. Por cierto, tiene que sacar dinero en efectivo de la caja fuerte del despacho, no sólo tiene que pagarle a la agente y darle una buena propina de despedida a la pequeña hada del Este, sino que ha prometido ayudar al fotógrafo en su desgracia actual, privado de libertad por causa de unas desagradecidas y de un malentendido judicial. Como decía su profesor en Deusto « Valentín huye lejos de los jueces y huye muy lejos de las juezas, que la envidia acaba dictando sentencia ».
Repasó su figura de gentleman en el espejo del hall antes de salir, todo correcto, y en cinco minutos, lo que tardaba de casa al despacho, ya podía atender las visitas con su profesionalidad y amabilidad tan apreciadas en Donostia, como de costumbre, un miércoles perfecto.
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Nota.- Creía que era innecesario repetir aquello de "cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia" y demás advertencias, al publicar esta actualización de una vieja página que tenía escrita por ahí. Estaba equivocado, por eso lo digo expresamente: en esta entrada cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia y los personajes y situaciones son de ficción en su totalidad ¿Tranquilo así Valentín Garmendia Garmendia?
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