jueves, 15 de febrero de 2024

UNA DE ROMANOS


El plató está vacío, el plató del pequeño teatro es pequeño, más pequeño de lo que lógicamente tendría que ser si se mira el edificio desde fuera, pero el edificio tampoco estaba destinado a ser un teatro. Antes de que fuera abandonado y en desuso, el teatro había sido una fábrica de muebles, quizá habría que decir una pequeña fábrica de muebles pequeños como sillas y bancos pero quizá también hacían mesas y armarios o camas con baldaquino. Nadie recuerda y sabe lo que se hacía allí, un pabellón feo en medio de un bosquecillo que una de esas horribles urbanizaciones francesas había extrañamente respetado – otro día tenemos que hablar de los arquitectos franceses y su amor por extender « lo feo » por todo el territorio del país más bello del mundo -, porque, cuando un « teatrero », un hombre de teatro lo visitó abandonado y se dijo que, con la ayuda del alcalde, allí podía instalarse una compañía permanente de teatro y el alcalde hizo las gestiones para que el dueño de aquel inmovilizado lo alquilase por un precio simbólico a la compañía, el pabellón industrial eran cuatro paredes sólidas, un tejado menos sólido, puertas y ventanas emplazadas incoherentemente en las cuatro fachadas y muchas entradas y salidas de aire y agua por todas partes.  - otro día hablaremos del amor de los alcaldes franceses por la cultura que no tiene comparación alguna con el odio que se le tiene a la cultura en el sur de los montes pirineos -.


Hoy el teatro está vacío cuando llega Imanol Hiruntchiverry que ha entrado por la puerta principal y se ha dirigido al plató, sin tropezarse con el material de decorados y luces que está colocado o abandonado en el pasillo. Imanol ha llegado al cuadro de luces, ha encendido unas pocas, ha apagado la que velaba por el fantasma de Molière y ha observado que el suelo está lo suficientemente limpio para que los actores puedan ensayar descalzos.


Las sillas están apiladas contra la pared en un costado, a la derecha visto desde el público. Imanol coge una silla, la pone en el centro y se sienta con las fotocopias de los textos en las manos. En cada fotocopia está subrayado el nombre de un personaje. No ha pensado la distribución, su idea es ir repartiendo estos primeros libretos según vayan llegando. Así, cuando entran juntas las dos primeras actrices, entrega los que corresponden a Livia y a Cornelia. Livia es originaria de Guinea, allí alimentaba con su trabajo a 15 personas de su familia, atravesó su país, Mali,  Argelia, Túnez, Italia… nunca habla de su camino. Cornelia vino de Camerún por Tchad, Libia, Italia… Entre ellas hablan en francés fluidamente, a veces en volumen alto y con entonaciones melódicas.

- Ya falta poco ¿Cómo lo llevas? - dice Cornelia a Livia, después de saludar con dos besos a Imanol -.

- Me molesta un poco la rodilla pero se puede aguantar… - Livia se masajea la rodilla derecha - ¡Estos hijos de puta no han esperado nada! Y luego se quedan a la entrada fumando un porro para recuperarse del esfuerzo.

 - No iban a llevarte en parihuelas y no estás como para llamar a una ambulancia.

- Un poco de apoyo moral, al menos pero... ¿Qué se puede esperar de los hombres? - Livia continúa a protestar.

- El tuyo quería llamar al 112 y le has dicho que no, que no te pasaba nada.

- Y no me pasa nada, un golpe, un roto en el pantalón y un corte pequeño pero él no se ha quedado a hacerme compañía.

Imanol piensa que estas personas que han sobrevivido a travesías de sabanas, de selvas, de desiertos, de los peligrosos puertos de embarque, a las marejadas del Mediterráneo, a los senderos apenas transitables de los Alpes… estas personas pierden la coraza que les ha hecho  resistir sed, hambre, cansancio, enfermedades, golpes, heridas, violaciones, tratos degradantes y demás, al llegar a su objetivo, que ahora ya se han convertido en ciudadanas normales que se tropiezan en un bache de una acera urbana.

Aurelia, Agripina, Placidia y Lucrecia llegan antes de que Catulo decida que ya es hora de entrar y entre al teatro, cuando ha pasado más de una hora de la hora de la cita que Imanol les había fijado.


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