Paisaje de Hernani (Photo credit: Wikipedia) |
Con el moquillo en la nariz, embutidos en sus impermeables bajo
la lluvia, azotados por el viento, desde lugar seguro pero con los pies húmedos,
unos amigos observan las obscuras corrientes y remolinos que un Urumea soberbio
dibuja entre las haches de Landare Toki.
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Una vez más las aguas del río, que no es el Nilo
precisamente, vuelven a ofrecer una crecida sobre los campos de rugby. No es
una inundación anual precisamente, a veces parece una de esas pesadillas que
son un mal sueño dentro de un mal sueño y de las que hay que despertarse varias
veces. Ignoro si tanta agua tendrá alguna consecuencia positiva pero los
aplazamientos de partidos, la suspensión de actividades formativas, el
desplazamiento de entrenamientos y la ubicación temporal de toda esa inmensa
vida del rugby hernaniarra en refugios de fortuna no parece que sean algo bueno.
Lo que dice Galtzagorri en voz alta es lo que piensan los
otros espectadores también pero en los rostros de todos hay un cierto aire de
resignación, de aceptación de lo inevitable…
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Hay un estudio oficial que prevé ir realizando
obras, obras muy importantes y muy caras desde
Altzueta hasta el Kursaal –el Barón de la Florida lleva más de 30 años rebozándose
en el barro negro de la vega industrial
sobre el que se pintan las rayas reglamentarias con la fé constante de los
creyentes en el balón oval-, que disminuirán las inundaciones, se supone.
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Cuando las ranas que no hayan muerto ahogadas
tengan pelo, los de Hernani tendréis este campo por encima del nivel del agua –el
Marqués de Altamira le sacude una colleja cariñosa-, más vale que se lo dejéis a
los patos y os dediquéis a explanar
Santa Bárbara.
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No lo digas en voz alta –le advierte Murray muy
serio-, que los de rugby de Hernani son capaces, muy capaces.
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