Este folletín por entregas irregulares comienza en
- Es una casa de
adobe, una chabola para guardar aperos de labranza, apenas 30 metros
cuadrados abajo y la mitad en la entreplanta – Iñigo Arriluze
Bergareche explica al secretario del Juzgado y a los guardias civiles
que desbordan la parra que da sombra con dos palmeras enanas en la
entrada -, cuidado con el suelo de la entreplanta, no creo que
resista más de dos personas y hay que andar agachado por ahí
arriba…
Nadie ha puesto
inconveniente a la actuación de los investigadores, el Teniente y el
Secretario se asoman al interior y se apartan para dejar pasar a los
números que van a efectuar la tarea, la familia permanece sentada y
silenciosa en los muebles del exterior, salvo Iñigo que no puede
callar.
- A mi padre le
gustaba venir en junio a pesar de que es un mal mes porque todas las
juntas generales de las sociedades se celebran estos días y él
estaba en muchos consejos de administración pero hace unos años –
y dirigió su mirada a la viuda, como queriendo explicar con el nuevo
matrimonio este cambio en la vida del fallecido -, repartió las
acciones de las sociedades entre mi hermana y yo, así que ya no le
era necesario quedarse en Bilbao, aunque a algunas de las que se
quedó mandaba a un representante con plenos poderes, su contable
Apoita Sopeña con el que montó la oficina hace años, pero él se
traía aquí trabajo, se pasaba una semana analizando y estudiando
las sociedades y otra semana de vacaciones con su pareja, con su
mujer.
Ustarroz anotó
mentalmente que Iñigo había dicho pareja y luego rectificó para
decir mujer. De vez en cuando uno de los guardias que hacían el
registro salía y enseñaba algo al teniente, el ordenador portátil,
llaves USB, carpetas, cuadernos… éste hacía que se lo enseñasen
al secretario judicial o letrado de la administración de justicia,
como él les precisó al presentarse, y luego introducía el objeto
en un sobre enorme, al cabo de una hora, la diligencia no duró más, el retrete de la cuadra abierta a un par de vientos se examinó en un minuto, los sobres se acumulaban en la mesa de madera de teka y allí mismo se leyó
el acta, se firmó por los presentes y el Juzgado se ausentó así
como dos guardias civiles que se llevaron los sobres.
- ¿Sabe los códigos
o claves que usaba su esposo? - Ustarroz preguntó -.
- Claro, se los
anoto – Begoña escribió con cuidada letra dos combinaciones de
letras y números en un cuaderno que había sobre la mesa -.
- Usaba el número
del dorsal de un jugador del Athlétic, el primer apellido de ese
jugador y el año de su nacimiento para la clave más usual y el año
de nacimiento de otro jugador, su segundo apellido y su número de
dorsal para la clave más especial – Precisó el hijo con una
sonrisa -, y para recordarlo tenía la foto dedicada de los dos
encima de la mesa del despacho.
Ustarroz les informó
que el coche seguía sin aparecer, que tenían pistas sobre algunos
sospechosos pero que no les podía decir más y les prometió que, en
la medida de lo posible, les tendrían informados.
Cuando el teniente
se fue, llegó el abogado de Figueruelas y Asociados acompañado de
la Procuradora de los Tribunales excusándose por no haber llegado
antes, pero traían la noticia de que el Juez había autorizado el
traslado del cuerpo a Bilbao, así que las dos mujeres se pusieron en
contacto con las empresas funerarias y con la parroquia para
organizar el funeral y el entierro.
Los dos hijos fueron
a despedirse de su padre por la tarde, ya en el tanatorio de la
funeraria, la viuda se quedó fuera, luego los tres devolvieron los
coches alquilados tanto por el difunto como por los hijos y volaron
hacia Bilbao.
El teniente Ustarroz
se dedicó por la tarde y la mañana siguiente a examinar los
documentos y archivos informáticos, contenían información
financiera de muchas sociedades, en alguno de los documentos había
anotaciones indudablemente efectuadas por el difunto, signos de
interrogación en una línea de una memoria o en una cifra de una
cuenta de explotación pero nada que atrajera la atención del
investigador. No pudo abrir dos archivos encriptados en una de las
llaves USB a pesar de las claves, la apartó para enviarla en su caso
a Madrid, a los servicios informáticos que podrían abrirlos en caso
de que fuera necesario.
De la Comandancia de
Barcelona le mandaron un fax con la documentación que se había
empleado para alquilar el coche que podía ser el que andaban
buscando y un pequeño informe. En resumen, una empresa especializada
en suministrar vehículos para rodajes cinematográficos había sido
contactada por una productora alemana para que le consiguiese a uno
de sus ejecutivos un todo terreno para ir a visitar unas
localizaciones por los Pirineos, el alquiler no había vencido y
nadie estaba inquieto. El teniente se inclinaba a pensar que aquel
era el coche, sobre todo porque no habían encontrado ningún otro
que pudiera ser en la isla.
Y el coche apareció
y era ése. Apareció a los dos días por la noche y además se pudo
detener al que lo conducía y a su acompañante. Lo hizo una patrulla
de la Policía Nacional que se encontraba en la entrada principal del
barrio de La Soledad de Palma por aquello de controlar a los
compradores que iban a adquirir drogas por los centros comerciales
clandestinos que se encuentran en sus modestas casas. Los “maderos”
avisaron a los “picoletos” inmediatamente y el coche se
encontraba en el garaje de la Comandancia para ser examinado por la
científica a la mañana siguiente, aunque el sargento de guardia
inmediatamente confirmó que había los típicos restos de un
atropello en el parachoques.
Todo el clan
familiar de los dos jóvenes detenidos estaba reunido en la entrada
de la Comisaría de la Policía Nacional -no se habían enterado del
envío efectuado entre ambas fuerzas -, entre gritos y llantos
proclamando la inocencia y la injusticia del arresto de los dos
primos, porque se trataba de dos miembros de una misma familia muy
conocida en el barrio de La Soledad, los Jiménez Fidedigno, así que
el sargento pudo actuar con tranquilidad y los dispuso en dos
calabozos lo más separados posible para que tuvieran que hablar a
gritos y el agente del pasillo pudiera ir tomando nota de lo que se
decían.
El teniente Ustarroz
llegó a la entrada de la Comandancia al mismo tiempo que las
primeras exploradoras del clan preguntaban al de puertas si los niños
se encontraban allí, ya se había avisado al abogado del turno de
asistencia al detenido y en cuanto éste llegase se podía empezar
con el interrogatorio.
Para cuando la
abogada se presentó, en manos del investigador había un primer
informe sobre lo encontrado en el vehículo: restos humanos en la
parte delantera externa y secuelas en la carrocería de un atropello
muy violento, abundantes huellas digitales de uno de los detenidos en
el volante y de los dos por todo el interior, manchas de actividad
sexual en los asientos traseros, envoltorios vacíos de drogas por el
suelo, latas de bebidas… También un resumen de lo que se habían
hablado a la noche y que dejaba claro que no mencionaron nada
relacionado con el homicidio sino más bien de que la Providencia
había abandonado aquel coche con las llaves puestas y que la Caridad
lo había recogido.
Sus subordinados en
la brigada comenzaron con el interrogatorio del mayor de los dos, el
llamado José Pablo Jiménez Fidedigno, de diecinueve años de edad,
vendedor ambulante actualmente en paro, con alguna detención
anterior y sin antecedentes penales. Ustarroz observaba en la mesa de
al lado y era observado por la abogada, el interrogado le daba la
espalda, enseguida se dio cuenta de que el detenido no tenía nada
que ver con el suceso que estaba investigando pero que era, a todas
luces, el culpable ideal.
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