Este folletín por entregas irregulares comienza en
El
vuelo de Bilbao llegó sobre las 10 de la mañana a Palma de
Mallorca. Begoña Bergareche Ibarra mandó un whatsapp a su marido
Iñigo Arriluze en cuanto pudo conectar el teléfono. Iñigo le había
dicho que le iba a esperar en el aeropuerto pero ella le insistió en
que no lo hiciera, que ella cogería un taxi para llegar a su paraíso
hippy privado, que no viniera al aeropuerto que para eso existían
los taxis… en realidad ella quería verle e inmediatamente hacerle
el amor, no dejarle reaccionar, harían el amor en la terraza, sobre
las baldosas irregulares de la terraza encima de un pareo, como ya lo
habían hecho, su primer hijo había sido concebido así y ella
estaba deseando ya tener la parejita con Iñigo. El mensaje no tuvo
respuesta. Mandó otro mientras esperaba la maleta, pensó que
posiblemente Iñigo estaba bañándose en la playa y había dejado su
teléfono en la bolsa.
Dentro
del taxi empezó a preocuparse, no era normal que no respondiese,
luchaba por no pensar, por no interrogarse, pero llamaba una y otra
vez, el taxista la miraba por el retrovisor empezando a alarmarse con
aquella joven descompuesta que repetidamente pulsaba el teléfono y
se lo ponía un buen rato en el oído, que miraba el velocímetro
como pidiendo que volase sin decirlo, el tráfico habitual, alguna
obra, circunstancias que le llevaron a invertir cuarenta y dos
minutos en entrar por la pista y en pararse junto al muro bajo donde
ella le ordenó detenerse.
Begoña
vio la sombra de Iñigo sentado que se levantaba al pie de una de las
palmeras en la terraza y dejó caer la maleta para correr hacia él,
no era Iñigo, era un guardia civil que salió a la luz para
recibirla y Begoña se echó a llorar, mejor dicho, explotó a
llorar, porque fue una explosión, el guardia civil, un número al
que le habían ordenado controlar la casa sentado en la terraza, no
pudo decirle mucho, ella fue al rústico retrete llorando, salió
llorando y siguió llorando hasta que apareció un vehículo de la
Guardia Civil con otro uniformado y dos de paisano. Uno de ellos, más
alto que el otro, vestido con una camisa blanca de mangas cortas,
muy barata, le pidió que le acompañase a la clínica forense de
Palma para identificar el cadáver cuando pudiera. Eran las 12 de la
mañana, hasta que Fernando Ustarroz dijo cadáver las palabras
anteriores habían sonado como desde el otro lado de un túnel, de un
largo túnel oscuro y estrecho. Las lágrimas seguían incontenibles
se evaporaban en el calor del mediodía. Begoña quería que Ustarroz
le abrazase, le sostuviese pero, como un vasco, el teniente de la
Guardia Civil aparentaba ser un mármol de ochenta kilos de peso y de
ciento ochenta centímetros de altura que se mantenía a una
distancia de seguridad que hacía imposible que ella se acercara, así
que se sentó un rato en una silla vieja, mirando la madera de la
mesa donde no había rastros siquiera del último desayuno de Iñigo.
El
teniente Ustarroz le pidió que, antes de salir para Palma, abriese
la casa y buscase la documentación de su marido, ella le rogó que
le ayudase, la cartera estaba encima de la mesa y el teniente cogió
el DNI y lo comparó con alguna imagen de su teléfono, imagen que no
hizo nada para mostrarle ni ella quiso ver.
-
Es él sin dudas pero cuando Ud. esté dispuesta tendrá que
acompañarme y tendrá que prestar declaración, sin prisa, su
declaración no es lo más importante, ahora estamos intentado
localizar al causante del accidente.
Fernando
Ustarroz mintió con lo de accidente y no dijo a Begoña lo que ya
sabía, desde que el repartidor de las cervezas había avisado al 112
al ver el cuerpo inanimado, el chófer había parado y comprobado que
no tenía pulso, los compañeros del puesto de Campos habían hecho
una buena labor. El repartidor les dijo que se había cruzado con un
todo terreno negro en el final de la pista ya que cogía unos metros
de la pista en dirección contraria, como un atajo para ir de un
chiringuito a otro, pero lo hacía con precauciones y así pudo
esquivar al 4x4 que se le abalanzó encima a mucha velocidad, solo
pudo ver que el conductor no era joven, además, los agentes del
puesto habían anotado que el panadero había observado al amanecer
un vehículo de las mismas características detenido a un lado del
camino medio kilómetro antes del posible lugar del atropello, la
labor del sargento al mando del puesto sumando indicios de un
homicidio intencionado había alertado ya a toda la Guardia Civil de
la Isla y el coche no iba a tardar en ser localizado sin duda. No
habiendo descripción alguna del sospechoso parecía inútil
controlar aviones y ferrys pero se estaba haciendo y se había
mandado que no se borrase grabación alguna de las entradas y salidas
de las últimas semanas hasta nueva orden.
Begoña
llamó a los hijos de su marido y lloró con cada uno de los dos, les
pidió que vinieran juntos y que reservasen ellos habitaciones en
algún hotel de la capital, ella iba a hacer las gestiones con la
policía y el juzgado. Luego llamó a su despacho, a la firma de
abogados en la que trabajaba, Figueruelas y asociados, pidió hablar
con su jefe, el director del despacho José Martínez de Gurruchaga,
siempre ocupado, estuvo a punto de gritarle a la secretaria lo que
había pasado pero ésta repentinamente le otorgó pasarle con el Sr.
Martínez de Gurruchaga, a pesar de que estaba en una reunión muy
importante, como todas las reuniones muy importantes en que el Sr.
Martínez de Gurruchaga estaba siempre. Begoña le contó lo que
sabía, muy poco, Iñigo muerto haciendo “running”, un coche que
no ha parado, los hijos en camino… los tópicos de condolencia de
Martínez de Gurruchaga le sonaron a tópicos de condolencia y además
al despedirse, Begoña pudo imaginarse el gesto de atusarse el
cabello de la nuca mientras miraba su reflejo en el cristal de la
ventana ya que lo había contemplado tantas veces, el abogado añadió:
-
El despacho de Palma de Mallorca de Figueruelas y asociados se pondrá
a tu disposición para lo que necesites, agur Begoña, un beso.
Durante
las llamadas, producidas en la terraza, Fernando Ustarroz le había
ido pasando botellas de agua que sacaba del frigorífico y a su vez
también hacía llamadas, así como las hacía el otro guardia civil
sin uniforme, grasiento y achaparrado. Al acabar de hablar con el
despacho de Bilbao, Begoña se quedó sin saber qué hacer, alguien
había acercado la maleta y la cogió para entrar en la casa, el
teniente la detuvo con un gesto.
-
Si quiere cambiarse, hágalo en el retrete, por favor. Vamos a
precintar la casa, el Juez lo ha autorizado y vamos a efectuar un
registro de su interior en cuanto nos llegue el mandamiento.
-
Soy abogada, no soy tonta del todo. No ha sido un accidente ¿Verdad?
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