miércoles, 14 de agosto de 2019

PARAÍSO PERDIDO

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El vuelo de Bilbao llegó sobre las 10 de la mañana a Palma de Mallorca. Begoña Bergareche Ibarra mandó un whatsapp a su marido Iñigo Arriluze en cuanto pudo conectar el teléfono. Iñigo le había dicho que le iba a esperar en el aeropuerto pero ella le insistió en que no lo hiciera, que ella cogería un taxi para llegar a su paraíso hippy privado, que no viniera al aeropuerto que para eso existían los taxis… en realidad ella quería verle e inmediatamente hacerle el amor, no dejarle reaccionar, harían el amor en la terraza, sobre las baldosas irregulares de la terraza encima de un pareo, como ya lo habían hecho, su primer hijo había sido concebido así y ella estaba deseando ya tener la parejita con Iñigo. El mensaje no tuvo respuesta. Mandó otro mientras esperaba la maleta, pensó que posiblemente Iñigo estaba bañándose en la playa y había dejado su teléfono en la bolsa.
Dentro del taxi empezó a preocuparse, no era normal que no respondiese, luchaba por no pensar, por no interrogarse, pero llamaba una y otra vez, el taxista la miraba por el retrovisor empezando a alarmarse con aquella joven descompuesta que repetidamente pulsaba el teléfono y se lo ponía un buen rato en el oído, que miraba el velocímetro como pidiendo que volase sin decirlo, el tráfico habitual, alguna obra, circunstancias que le llevaron a invertir cuarenta y dos minutos en entrar por la pista y en pararse junto al muro bajo donde ella le ordenó detenerse.
Begoña vio la sombra de Iñigo sentado que se levantaba al pie de una de las palmeras en la terraza y dejó caer la maleta para correr hacia él, no era Iñigo, era un guardia civil que salió a la luz para recibirla y Begoña se echó a llorar, mejor dicho, explotó a llorar, porque fue una explosión, el guardia civil, un número al que le habían ordenado controlar la casa sentado en la terraza, no pudo decirle mucho, ella fue al rústico retrete llorando, salió llorando y siguió llorando hasta que apareció un vehículo de la Guardia Civil con otro uniformado y dos de paisano. Uno de ellos, más alto que el otro, vestido con una camisa blanca de mangas cortas, muy barata, le pidió que le acompañase a la clínica forense de Palma para identificar el cadáver cuando pudiera. Eran las 12 de la mañana, hasta que Fernando Ustarroz dijo cadáver las palabras anteriores habían sonado como desde el otro lado de un túnel, de un largo túnel oscuro y estrecho. Las lágrimas seguían incontenibles se evaporaban en el calor del mediodía. Begoña quería que Ustarroz le abrazase, le sostuviese pero, como un vasco, el teniente de la Guardia Civil aparentaba ser un mármol de ochenta kilos de peso y de ciento ochenta centímetros de altura que se mantenía a una distancia de seguridad que hacía imposible que ella se acercara, así que se sentó un rato en una silla vieja, mirando la madera de la mesa donde no había rastros siquiera del último desayuno de Iñigo.
El teniente Ustarroz le pidió que, antes de salir para Palma, abriese la casa y buscase la documentación de su marido, ella le rogó que le ayudase, la cartera estaba encima de la mesa y el teniente cogió el DNI y lo comparó con alguna imagen de su teléfono, imagen que no hizo nada para mostrarle ni ella quiso ver.
- Es él sin dudas pero cuando Ud. esté dispuesta tendrá que acompañarme y tendrá que prestar declaración, sin prisa, su declaración no es lo más importante, ahora estamos intentado localizar al causante del accidente.
Fernando Ustarroz mintió con lo de accidente y no dijo a Begoña lo que ya sabía, desde que el repartidor de las cervezas había avisado al 112 al ver el cuerpo inanimado, el chófer había parado y comprobado que no tenía pulso, los compañeros del puesto de Campos habían hecho una buena labor. El repartidor les dijo que se había cruzado con un todo terreno negro en el final de la pista ya que cogía unos metros de la pista en dirección contraria, como un atajo para ir de un chiringuito a otro, pero lo hacía con precauciones y así pudo esquivar al 4x4 que se le abalanzó encima a mucha velocidad, solo pudo ver que el conductor no era joven, además, los agentes del puesto habían anotado que el panadero había observado al amanecer un vehículo de las mismas características detenido a un lado del camino medio kilómetro antes del posible lugar del atropello, la labor del sargento al mando del puesto sumando indicios de un homicidio intencionado había alertado ya a toda la Guardia Civil de la Isla y el coche no iba a tardar en ser localizado sin duda. No habiendo descripción alguna del sospechoso parecía inútil controlar aviones y ferrys pero se estaba haciendo y se había mandado que no se borrase grabación alguna de las entradas y salidas de las últimas semanas hasta nueva orden.
Begoña llamó a los hijos de su marido y lloró con cada uno de los dos, les pidió que vinieran juntos y que reservasen ellos habitaciones en algún hotel de la capital, ella iba a hacer las gestiones con la policía y el juzgado. Luego llamó a su despacho, a la firma de abogados en la que trabajaba, Figueruelas y asociados, pidió hablar con su jefe, el director del despacho José Martínez de Gurruchaga, siempre ocupado, estuvo a punto de gritarle a la secretaria lo que había pasado pero ésta repentinamente le otorgó pasarle con el Sr. Martínez de Gurruchaga, a pesar de que estaba en una reunión muy importante, como todas las reuniones muy importantes en que el Sr. Martínez de Gurruchaga estaba siempre. Begoña le contó lo que sabía, muy poco, Iñigo muerto haciendo “running”, un coche que no ha parado, los hijos en camino… los tópicos de condolencia de Martínez de Gurruchaga le sonaron a tópicos de condolencia y además al despedirse, Begoña pudo imaginarse el gesto de atusarse el cabello de la nuca mientras miraba su reflejo en el cristal de la ventana ya que lo había contemplado tantas veces, el abogado añadió:
- El despacho de Palma de Mallorca de Figueruelas y asociados se pondrá a tu disposición para lo que necesites, agur Begoña, un beso.
Durante las llamadas, producidas en la terraza, Fernando Ustarroz le había ido pasando botellas de agua que sacaba del frigorífico y a su vez también hacía llamadas, así como las hacía el otro guardia civil sin uniforme, grasiento y achaparrado. Al acabar de hablar con el despacho de Bilbao, Begoña se quedó sin saber qué hacer, alguien había acercado la maleta y la cogió para entrar en la casa, el teniente la detuvo con un gesto.
- Si quiere cambiarse, hágalo en el retrete, por favor. Vamos a precintar la casa, el Juez lo ha autorizado y vamos a efectuar un registro de su interior en cuanto nos llegue el mandamiento.


- Soy abogada, no soy tonta del todo. No ha sido un accidente ¿Verdad?

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