- Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte del mundo – comenta el Barón de la Florida aliñando la ensalada de tomate, queso y aceitunas negras -, alguien que se nos parece tanto que nos podemos confundir.
- Los parecidos razonables existen – contesta Imanol Hiruntchiverry abriendo la botella de txakolí frío -, y se usan mucho en el cine ¿Quién no tiene una tía que puede pasar por la reina de Inglaterra sin problemas y con el bolso adecuado?
- Yo tengo un par de dobles y los conozco – Galtzagorri interviene mientras apaga el fuego de la sartén de carrilleras a la que pone una tapa -, bueno, más o menos los conozco.
Todos se sientan alrededor de la mesa de la sociedad y se van sirviendo la ensalada. Hiruntchiverry ha derramado, como siempre, la mitad de la primera botella al intentar servir el txakolí desde la máxima altura posible. Galtzagorri habla más que come.
- En tiempos juveniles, un día en “La espiga”, el camarero de la barra del bar me reclamó que el domingo anterior me había ido sin pagar. Era imposible porque el domingo yo había estado en el monte, en una excursión por los Pirineos y discutimos un rato. Lo único que saqué claro es que mi doble había estado tomando el aperitivo con una cuadrilla de Pamplona y que habían hecho un “simpa”. El incidente fue bastante desagradable y enfrió mi relación con los del bar pero nunca pagué aquella ronda. Y esa fue la primera vez que tuve conocimiento de la existencia en Iruña de mi doble.
- ¿La primera?
- Bastantes años más tarde, un amigo de uno de mis hermanos me dijo en una cena en la que coincidimos que por motivos de su trabajo iba mucho a Pamplona y que solía verme por el centro de la ciudad pero que yo no le devolvía el saludo. Vuelta a discutir para convencerle que yo no había sido quien no le había saludado. Y este hombre, Humberto se llamaba, creo, un tiempo más tarde me llamó por teléfono para decirme que había estado con mi doble, que el tipo era idéntico a mí, de mi misma edad pero que no le había dicho nada de que tenía un doble en Donostia y me dio las señas de un establecimiento de Pamplona en el que trabajaba mi doble.
- Así que has estado con él y todo.
- Jamás. Creo que él no quiere coincidir conmigo. Un día que fui a un juicio en Pamplona, al terminar me acerqué al comercio que me habían indicado en pleno centro de la ciudad y entré. Un empleado que estaba en la tienda me saludó diciendo “¿Te has olvidado algo?” y, cuando me acerqué, me dijo “Perdone, le había confundido con…” así que me explicó que mi doble acababa de salir para desplazarse a un pueblo del Valle del Roncal, que efectivamente parecíamos mellizos con pequeñas diferencias físicas pero que mi forma de moverme y mi voz eran similares a las suyas, le dí mi tarjeta y cogí la del negocio, le dije al empleado que me gustaría hablar con mi “hermano gemelo” y hasta hoy.
- ¿No le has visto?
- Nunca me llamó. Yo lo hice un par de veces pero me dijeron que no se podía poner y no me quisieron dar su teléfono personal. Así que lo dejé en el olvido. Un día pasé por la tienda y había cerrado, ahora hay allí otra cosa, no sé qué. Al menos, no ha dejado sin pagar nunca más una ronda en mis bares habituales.
- ¿Y el otro?
- En Zaragoza. He estado con él personalmente un par de veces y no me veo parecido alguno pero un día, hace tiempo, me encontré una foto en la prensa, ilustrando un reportaje sobre una feria de muestras y en medio de la foto estaba “yo”, más moreno, con más pelo pero era yo. Como yo no había estado en la feria en cuestión recorté el artículo, localicé las personas que aparecían y, aprovechando un viaje a Zaragoza, me acerqué a saludarle, no nos encontramos mutuamente parecido alguno pero sí ciertos vínculos de relaciones entre su familia y la mía en el pasado. Por casualidad tiempo más tarde nos volvimos a encontrar en un acto público y nos saludamos, alguien me preguntó si éramos hermanos, lo que me extrañó porque yo no le veo parecido conmigo ni él tampoco, en todo caso, con un tío ya difunto, en versión coreana o así, puede tener un cierto aire. La última es que un amigo hace poco me ha comentado que estaba en Zaragoza esperando en el coche a que su mujer volviera de hacer un recado, casualmente estaba aparcado en la calle en la que vive esa persona pero ese amigo no lo sabía, bueno y que me vio pasar paseando un perro, se bajó del coche para saludarme y no era yo, que el otro era un tipo elegante, agitanado, que andaba como yo, que se parecía a mí, pero no era yo.
- Esos son los genes de tu abuelo pescador – concluye el Marqués de Altamira, repartiendo “le gâteau basque” relleno de cerezas negras de Maison Castellou -, que pescaba tantas veces truchas en el Arga, alguna trucha con piernas sin querer, que su descarga genética se ha esparcido por la cuenca del Ebro.
- Mi abuelo era un santo varón.
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