lunes, 13 de julio de 2020

VALLE DE LÁGRIMAS DE AMOR (2)

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Burdeos es como Bilbao en cierta forma y hace tiempo que ambas ciudades llevan, quizá voluntariamente, una vida urbana paralela. El actor vasco Imanol Hiruntchiverry gusta de pasearse en solitario por la orilla del Garona y también por la del Nervión pero a Burdeos suele ir por trabajo y a Bilbao no, a Bilbao va en visitas de ocio. Una mañana de salida del confinamiento se encontró con horas vacías de contenido en Burdeos y provisto de mascarilla y frasco de desinfectante dejó que sus pasos le llevaran por el paseo aguas abajo, dejando atrás el Espejo de agua y la Plaza de la Bolsa pensando, inevitablemente, en Isabelle. “Quand Isabelle dort plus rien ne bouge…” cantaba Jacques Brel a su hija, pero Imanol recordaba haber entonado la canción al despertarse junto a Isabelle la última vez que durmieron juntos después de una noche de amor, de pasión, y que él creyó por un momento que iba a ser la primera de su vida definitiva con Isabelle.
Habían pasado 15 años sin Isabelle y, cerrando los ojos o sin cerrarlos como ahora frente a las aguas oscuras del río, veía su rostro dormido, oía su respiración rítmica y tranquila, el olor fresco de su cuerpo mezclado con los ácidos de sus encuentros de la noche en las sábanas… Había prometido que le llamaría para subir con ella a hacer el Posets en septiembre, era aún julio, y él no lo hizo, al volver a su vida de Biarritz, una vez más le pilló su abulia, su incapacidad de romper relaciones que nunca hubieran debido comenzar y se encontró viviendo con una amante, quizá esposa, dotada de un trastorno límite de personalidad que le condujo por una senda  llena de charcos de pastis, arroyos de vino y ríos de destilados durante unos años, cuando su metabolismo le sacó del caos mental de aquel vínculo no se atrevió a llamar a Isabelle y ahora tenía miedo de encontrarla en las calles de Burdeos, de no saber explicar qué había pasado para no haber subido al Posets con ella y haber construido los 15 años de amor que ella merecía.
Porque Imanol estaba casado de nuevo, felizmente casado por cuarta vez, no por quinta vez como sus amigos decían, aunque si abría el armario del rincón de su cuarto de trabajo, al fondo del pasillo, se caía siempre el álbum de fotos, y de él, con la magia de las cosas, saltaba a sus manos una foto de Isabelle, una foto de ella fumando un cigarro en un bistró elegante de Burdeos, la foto que le hizo en su último encuentro. Se pasaba un rato mirando esos ojos sonrientes y pícaros, de niña traviesa, fijados hasta que la química se descomponga en la fotografía.
Cuando Imanol estudiaba en Burdeos su último curso, vivía en un piso compartido con una banda de compañeros de diversos orígenes, hace 50 años eran tiempos de revoluciones, vinos y pieles femeninas. Un encuentro en un garito universitario al que las chicas de liceo se asomaban investigando hasta dónde les podía llevar el estallido de sus hormonas, metió a Isabelle en la cama de sábanas grises, no las lavaba con la frecuencia necesaria, de Imanol para dejar en ella,a modo de muesca, su virginidad de adolescente. Y cuando la vida universitaria se acabó, la relación, como otras, pasó al archivo de la memoria de lo que nunca volverá.
El destino es cabrón. Una mañana de recados familiares por navidad llevó a Imanol de vuelta a Burdeos un par de años más tarde y, como la familia prescindió de sus servicios por la rue Sainte Catherine hasta la hora del regreso, desde el teléfono de un bar, no había otras opciones femeninas en Burdeos, llamó a Isabelle. Estuvieron los dos paseando, hablando y tomando aperitivos hasta que acabaron en una cama prestada de otro piso de estudiantes. Un mes más tarde ella estaba embarazada y le llamó para avisarle, Hiruntchiverry se quedó aterrado, su novia local Ane le había dicho la víspera lo mismo. Con 24 años hay situaciones de comedia que se convierten en dramas, e Imanol se encontró protagonista de una serie de mentiras, estratagemas, viajes clandestinos entre Biarritz y Burdeos y lágrimas a de una y otra hasta que Isabelle interrumpió voluntariamente su embarazo mientras que Ane, previo paso por la alcaldía, por el pasillo formado por los compañeros del equipo de rugby y por urgencias del Hospital de Bayona, dio a luz una Ane Hirunchiverry que actualmente se vuelve a hablar con su padre después de unos decenios ignorando su existencia.
El matrimonio no le sentaba bien a Imanol y su salud sentimental era mala, así que cuando una formación profesional -  el título de derecho colgado en la pared y el rugby le habían facilitado un empleo en una entidad financiera -, le llevó soltero por unos días a Burdeos, se interesó telefónicamente por Isabelle y ésta acabó por pasar todas las noches en el hotel a gastos pagados.
Imanol volvió a Biarritz con la idea de romper su matrimonio, retornar a Burdeos y darse una oportunidad a sus 30 años de edad con Isabelle pero no.
Imanol vivió un hijo más o así con Ane, hasta que ésta tuvo el detalle de dejarle por un monitor de gimnasia de origen argelino al que se parece enormemente ese hijo. Ya eran tiempos en que Imanol había ascendido en su trabajo financiero, trasladado de Bayona a Dax o a Mont de Marsan, a responsable de formación de reclutas para lo cual se desplazaba los veranos en una sucursal bancaria sobre ruedas en compañía de un becario a atender los clientes por localidades aisladas, campings, casas rurales… Así, hacia la cuarentena, conoció el coño que le iba a retener durante un tiempo, porque lo primero que vio de ella fue el matojo de caracolillos de pelo negro que conformaban en su pubis una cabeza de flecha hacia abajo. Habían aparcado la autocaravana bancaria en el camping naturista de Arnaoutchot, los dos empleados de banca perfectamente vestidos con camisa y corbata en su interior, la clientela perfectamente desnuda con sus bolsos y billeteros en la mano hacía cola en el exterior y según entraban Hiruntchiverry veía sus genitales, luego procuraba concentrarse en sus ojos, los de Carmen delataban su sangre española, por lo demás estaba delgada, muy delgada y se movía con agilidad felina.
Cuando un par de meses más tarde la vio de nuevo, en la sucursal de Mont de Marsan en la que él trabajaba, no la reconoció vestida. Sin embargo, al identificarle por su nombre y apellido pudo iniciar una conversación que luego continuó en una cafetería. Carmen era periodista y había sido enviada a dirigir la emisora local de una cadena radiofónica, a los pocos días ya supo que estaba separada, más de hecho que de derecho, de un marido que andaba de corresponsal por Buenos Aires, algunas semanas más tarde Imanol ya se encontraba sacando el perro de Carmen y un par de hijos, que iban con ella en el lote, a pasear mientras ésta cerraba las emisiones. De ahí a que una noche ella le preguntara cuándo iban a empezar a follar y a hacerlo por vez primera en un coqueto hotel de un valle pirenaico las cosas fueron rodadas con la lógica de la ley de la gravedad. Imanol descubrió la dureza de aquellos caracolillos, verdaderos alambres de acero, que, sin embargo, le provocaban unas eyaculaciones precoces desesperantes para ambos amantes. Enseguida Carmen, la fidelidad no era una de sus virtudes, descubrió por su parte los atractivos de los pilotos de la base aérea de Mont de Marsan, así que la relación duró hasta que un piloto y Carmen encontraron un destino común cerca de París. Poco después Imanol volvió a la costa vasca con un nuevo ascenso y una depresión paranoica.
Sumido en estos recuerdos, el paseo le estaba conduciendo hacia el Cours de Medoc, algunos barcos de recreo estaban acostados a los muelles, brillantes bajo el sol, sus pabellones ondeando con la brisa. Y recordó cómo la depresión había puesto en su camino una nueva amante que le iba a conducir a Burdeos en vez de llevarle directamente a Burdeos para ahorrarle un via crucis de servir de paño de las lágrimas provocadas por un marido maltratador, una especie de inteligente sádico, personaje escapado de una película sobre campos de concentración siberianos, y pasar sin darse cuenta a sustituir al marido, muy ausente, en el tálamo de Solange.
Alguien del banco le habló de un siquiatra de Burdeos, no entendió por qué se lo decía hasta que se encontró desnudo en las escaleras del edificio de su amante, la cual borracha perdida abroncaba dentro de la vivienda al marido por haber vuelto repentinamente sin avisar, consiguió vestirse a medias y desprenderse de su propia borrachera a medias, todo ello lo suficiente para decidir tomar una cita con el siquiatra recomendado.
Lo de que el destino es muy cabrón era un pensamiento recurrente de Hiruntchiverry. Empezó las visitas al siquiatra en Burdeos y la consulta estaba situada en el barrio en que vivía Isabelle, cerca de la Catedral de St. André. Las pocas probabilidades que había de volverse a encontrar con ella se dieron, cuando los dos se dieron de bruces en la puerta de una cafetería, se sentaron a hablar, se contaron sus vidas de los años, lustros, decenios y siglos transcurridos tan lejos y tan cerca, se despidieron el primer día tan amigos. Imanol no pudo evitar llamarle cuando le tocó su siguiente visita al siquiatra. Isabelle no pudo evitar llevar a Imanol a su cama, había acabado una larga relación por aburrimiento. Imanol no contó nada al siquiatra pero éste le iba encontrando cada vez más mejorado y fue espaciando las consultas.
En el banco Imanol se ofrecía voluntario para todas las gestiones que hubiera que hacer en Burdeos pero a la vez seguía sosteniendo el alma en trozos de Solange tanto por los bares del Petit y del Grand Bayonne como por las escaleras que conducían al frío lecho conyugal.
Una vez más se vio volviendo de Burdeos hacia el sur para romper definitivamente aquella maldita cadena, marchar a escalar el Posets y quedarse a dormir definitivamente con Isabelle hasta que ésta, y no otra, le cerrase los ojos a su cadáver cuando su alma de zíngaro abandonase su cuerpo machacado de rugby y cervezas. Y una vez más había cerrado la puerta a aquel sueño para disfrutar de una pesadilla durante los siguientes años hasta que un día salió a hacer un recado y no volvió.
Tampoco tuvo el valor de volver a Isabelle, se merecía el castigo eterno de privarse de ella por su cobardía.
Las gaviotas perseguían las mascarillas que el viento empujaba hacia el agua pero no podían evitar que cayesen y se alejaran flotando asquerosas en las corrientes contrarias del Garona. Ahora Imanol había encontrado la mujer destinada a cerrar sus ojos, esta vez de verdad, él estaba feliz y reposado en un matrimonio sin otros sobresaltos más que los que el amor al otro provocan, muchas veces por nimiedades. Echó de menos a su mujer, le hubiera gustado estrechar su mano durante este paseo sin objetivo. Ahora tenía que darse la vuelta, coger un tranvía y acercarse al sitio del rodaje - estaba en Burdeos para intervenir brevemente en una escena de una serie policíaca -, pero un yate matriculado en Bilbao estaba amarrado a su altura, la bandera del Reino de España y una bandera vasca formaban pareja en su popa, el nombre del barco “Maixabel” relucía en la amura de proa. Algunos de sus ocupantes se disponían a descender a tierra. Imanol observaba sin ser observado a la mujer que saltó la primera al muelle.

(Continuará)


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