A veces mi pareja triunfa socialmente, como cuando yo estaba cojo provisional y me tuve que quedar sentado en el concierto de Bruce Springsteen mientras ella bailaba entre la multitud y era feliz. Lógicamente yo tendría que haber compartido su felicidad y alegrarme porque ella no estuviera lesionada como yo. Pero no fue así y hasta que no conseguí que se sentase conmigo un rato y amargarle un poco no paré de portarme como un cascarrabias amargado y sin que se me comunicase nada de su felicidad por este ataque de cuernos.
En el rugby hispano hay un ataque de cuernos tremendo. Hay quien se ha sentado porque quizá no es capaz de hacer otra cosa y en vez de levantarse a bailar, aunque sea con sus muletas, no puede evitar el sufrir porque “su novia” ande bailando por ahí y repartiendo alegrías.
Y eso que comparto la extendida aprehensión sobre alguno de los que bailan con la competición profesional de rugby, al que yo jamás –siguiendo el tópico-, le compraría un coche de 2ª mano.
La inminencia de la violación del anodino status de nuestra más alta competición parecía requerir que todos los afectados al menos se relajaran y disfrutaran sino contribuían activamente a una mejor ejecución del acontecimiento pero algunos están prefiriendo la amargura del resentido en vez de la felicidad de lo que dicen amar, el rugby.
El concierto del Boss magnífico, yo no estaba cojo, sino bailando y no tuve ningún ataque de cuernos pero alguno pasó cerca.
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