Hemos elogiado repetidamente la organización de la empresa All Blacks tanto como su rugby y, por otra parte, hemos criticado –además de su juego-, el empeño en inglés en desmontar el sistema con el que habían dotado a su selección para ganar el anterior mundial. Sin embargo, los neozelandeses se quedaron en cuartos y los ingleses llegaron a la final y rozaron la copa. El deporte a todos los niveles presenta estas paradojas, los resultados deportivos no tienen por qué reflejar siempre la calidad de la organización. Estoy convencido lógicamente de que una buena organización deportiva puede asumir mejor un mal resultado y preparar el siguiente reto con lo aprendido en la derrota. Por otra parte, una mala es difícil que aproveche un buen resultado y se suele hundir más con los fracasos en la cancha.
Nuestras abiertas ligas obligan a que al final de la temporada los últimos desciendan de categoría, por eso cuando se encadenan partidos perdidos y se ocupan los puestos de retroceso, las alarmas resuenan en los clubes.
En estos momentos difíciles es cuando se pone a prueba si hemos construido y se comparte una visión colectiva, si los objetivos apuntados son ambiciosos, si la estructura es la adecuada etc.
Hacer de Wilkinson es tan difícil en el campo como en el despacho, pero él no juega solo.
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